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Remigio Soler López, el artesano que roza la genialidad

Hace un año, la Asociación de Vecinos El Templete de Benalúa, a través de mi viejo amigo Manel Blasco, el iniciador y creador de un novedoso proyecto ciudadano de homenaje a Remigio Soler López, me encargó la tarea de comisariar una exposición antológica dedicada a él y que se haría en la Sala de Exposiciones de la Lonja. Un año después, casi a punto de dar una conferencia para el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert sobre la obra Apocalipsis y de inaugurar la exposición antológica (el 30 de septiembre), me veo aquí escribiendo un artículo para INFORMACIÓN debido al fallecimiento del artista. Y en un día tan triste para la familia y para la cultura de la ciudad, me hayo envuelto en una íntima desazón, puesto que he conocido al artista más a través del análisis de sus obras que de la comunicación personal (ya estaba muy malito en el tiempo de preparación de la exposición). Por tanto, dada la casi ausencia de escritos teóricos sobre su obra, mi contacto directo con él ha sido, además de mediante las obras, con sus amadas hijas Isabel y María José, sin lugar a dudas informantes de primer nivel.

Lo primero que me llamó la atención en el análisis del devenir artístico de Remigio Soler son las reiteraciones y las repeticiones temáticas y estilísticas que presenta y que me han permitido hallar una serie de constantes fundamentales para comprender su visión artística y la coherencia de la misma. Así, destaca en numerosas obras el papel de la mujer y, particularmente, de la madre generadora de nuevos seres. Intuyo que a Remigio, como artista creador que era, le debía fascinar y sorprender el proceso femenino de gestación de una vida. Pero lejos de concebir a la mujer en este único rol, la representa concentrada en su trabajo y siempre activa, tal y como él lo ha presenciado en su propia vida con su madre y su esposa, dos incansables luchadoras que, contra viento y marea, se han enfrentado a las, en muchas ocasiones, difíciles circunstancias vitales, sobre todo de la posguerra. No parece descabellado pensar que, para Remigio, la madre -a la que apenas conoció y a la que, quizás, por eso, idealiza fuertemente- y la esposa -el gran amor de su vida, a la que, como él dijo, «le debo todo»- constituyen el germen, el origen de lo existente -incluso de la conquista del espacio, como sugiere el interior del cuerpo de una embarazada que muestra a un astronauta y su nave espacial, en Madre Naturaleza-.

Pero, al igual que para que el embrión de todo ser crezca y se desarrolle necesita cuidado y alimento, el trabajo supone la gran finalidad, la principal función existencial que permite el crecimiento y la maduración de todo asunto, y más en un artista que sabe que, sin el esfuerzo, no hubiera podido salir del estado de pobreza en el que se encontraba de pequeño. Al respecto, no es gratuito que múltiples piezas estén dedicadas a los trabajadores populares, a los oficios tradicionales, algunos en vías de desaparición -agricultores, aguadores, taberneros, cosedoras, vendedores ambulantes?-. Ellos forman parte de una sociedad alicantina tradicional, en franco retroceso a partir de los años 70. Me parece que así lo ve Remigio y, en esto posiblemente, sigue el curso de su propia sociedad, aún no plenamente consciente del proceso modernizador que la estaba transformando. El trabajo, por tanto, es un valor capital en la obra del artista, pero va unido hondamente al respeto de la ley, a la que le dedica una serie de excelentes dibujos para el Diario INFORMACIÓN, y de la ética, esto es, a la responsabilidad que todos tenemos para con nuestra familia y para con la sociedad. Ello explica que Remigio atendiera siempre a todo el mundo -de las Hogueras, con especial atención- y que los rostros de sus seres humanos nunca rían o sonrían sino que mantengan un gesto concentrado y grave. Ello no es incompatible con que Remigio fuera un hombre alegre y extrovertido y que amara profundamente los festejos populares, como demuestra en sus obras dedicadas a les Fogueres de Sant Joan, al Misteri d´Elx, a la peregrinación de la Santa Faz y a otras festividades.

En suma, en el ideario de Remigio Soler, en la vida, el trabajo, la ética y el respeto a la ley van unidas a la necesidad del descanso y de la fiesta, precisamente un corto período en el que el tiempo es retenido, en el que se renuevan las fuerzas antes de volver a la rutina y al trabajo y en el que se cimenta gran parte de la identidad popular, tan querida por el artista. Remigio, no cabe la menor duda, fue un hombre del pueblo, que, en plena modernización industrial, cimentó su carrera artística hundida en las raíces de la artesanía, una actividad en franco retroceso. No obstante, en mi modesta opinión, eso no le impidió rozar el Olimpo de la genialidad; otra posguerra, otras circunstancias, otra ciudad más amante del arte y más reconocedora de sus prominentes artistas, probablemente, nos hubieran confirmado esto que acabo de decir, pero en todo caso Remigio es lo que es y ahí están sus obras para atestiguar su valía con una potencia, franca y humilde.

Entiendo que esto es así por otro importantísimo factor que caracteriza su personalidad y su obra: su humanidad. Incluso en sus numerosas obras religiosas -era un hombre de religiosidad honda y popular-, destaca por encima de todo el sufrimiento, -en las Pasiones de Cristo y en los rostros de la Virgen- y lo mundano, como se observa en esa magnífica pieza, Apocalipsis, en la que, cuando abrimos la cabeza de un obispo, se desvelan -cual Caja de Pandora- todas las desgracias de la humanidad. Además, este humanismo se define por la clara conciencia que Remigio tiene de los límites de la vida humana, siempre rica y siempre pobre, eternamente acompañada de los seres queridos y eternamente huérfana por la ausencia de los que se fueron -la madre, en especial-. De ahí que, en numerosas obras, cual Vanitas, surjan insistentes calaveras que nos recuerdan nuestro crudo y pelado destino.

En definitiva, el Remigio que he conocido a través de sus obras, el más humano, el que nos rememora con franqueza lo que somos, pivota su devenir artístico entre el origen de la madre del que todos procedemos y el destino de la muerte al que todos nos conducimos.

Esto no constituye sino la continuación del viejo ideario dramatizado por el barroco español y por imagineros de la talla de Salzillo. Solo que Remigio coloca en su teatro a personajes populares y los ubica en la provincia de Alicante, en una época que se transformaba a paso veloz y que, simultáneamente, se resistía a los cambios. Como si quisiera parar el tiempo, como si quisiera volver al período anterior en el que fue ingresado en el Hogar Provincial -una época en la que todo se ralentiza-, como si deseara abrazar amorosamente a su madre, la que todo lo inició, al igual que puede hacer día a día con su esposa. Descansa en paz Remigio, me encantaría haberte conocido.

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