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Puertas al campo

Disculpe si simplifico

Uno. Es conocida la manía del nacionalismo, sea unionista o secesionista, de poner al pasado propio como modelo de su futuro. Ejemplos los hay de lo más variado como es el caso de esos nacionalistas peninsulares con sus ideas sobre los Fueros y de esos unionistas igualmente peninsulares con sus ideas sobre lo bien que ha ido la etapa anterior. Lo que ha sucedido después de aquel pasado brillante y maravilloso solo es relevante si muestra la necesidad de volver a aquel paraíso ya que la historia lo que ha hecho ha sido estropearlo. Hechos tras hechos muestran hasta qué punto aquella situación idílica se ha deteriorado en gran parte debido a factores externos e internos. Los externos se llaman «situación económica internacional» y los internos «la irresponsable oposición» y el error de los electores no votando «correctamente», es decir, a favor del pasado glorioso.

Dos. Estos planteamientos contrastan con los que quieren conocer ese pasado para no estar obligados a repetirlo. De glorioso, nada. Miserable, feroz, violento, con élites explotadoras y marginadoras, política populista (todo para el pueblo pero sin el pueblo gracias a la mayoría absoluta) que llevaría a la eclosión de líderes responsables ante Dios y ante la Historia... o no. Memoria Histórica también de algunos españoles contemporáneos que se horrorizan pensando en los austericidios, rescates bancarios, corrupción, desahucios, deuda externa, déficit público y otras minucias.

Uno y dos. Entre los adoradores del pasado imaginado al que hay que regresar y los que constatan un pasado nada agradable que habría que evitar como fuese, hay, evidentemente, una diferencia temporal: los primeros se remontan a tiempos muy antiguos, tan antiguos que son imaginarios y quedan soterrados bajo un supuesto aumento del PIB y otros artilugios estadísticos (estadística viene de Estado), aunque no hablen nada de lo sucedido con la desigualdad, pre-condición para tal mítico aumento. Los segundos se quedan en la historia muy reciente, la más o menos constatable (nadie es perfecto y el sesgo siempre entra de una manera u otra) con una desigualdad que dificulta al crecimiento que genera empleo. Pero la gran diferencia es ideológica si a lo que nos atenemos es a las consecuencias de sus proyectos. Aunque se presenten como progresistas defendiendo el «interés general» (ahora todos son progresistas, de decir, oteadores del futuro), volver al pasado puede ser enormemente conservador, sobre todo si deja inalteradas las poco presentables condiciones del presente. Evitar el pasado, en cambio, puede ser algo menos conservador porque se trata, en el fondo, de evitar el reflejo de aquello malo, sea lo que sea, en el presente. Pero sin exagerar: olvidando la historia se corre el riesgo de repetirla. En otras palabras, progresistas de pacotilla y a efectos puramente de manipulación electorera.

Tres. Pero hay algo peor: los que cometen crímenes contra el futuro. No les preocupa el pasado ni para volver a él ni para evitarlo. Sencillamente, sacrifican el futuro en aras del presente (de «su» presente) y el que venga detrás que arree o, si se quiere poner en fino, après moi le déluge, después de mí el diluvio, como dicen que decía aquella madame (y tan madama) francesa. Curiosamente pueden parecerse mucho al grupo 1. Aquí entraría Theresa May, primera ministra británica, cuando afirmó con desparpajo en su Parlamento estar dispuesta a utilizar las armas nucleares contra centenares de miles de personas (obviamente, incluyendo mujeres y niños, pero eso no lo dijo), es decir, afirmación de no descartar el terrorismo aunque no sea yihadista sino cristiano, que también lo hay. O entraría Donald Trump, candidato a la presidencia estadounidense, y su idea de entablar una cruenta «guerra mundial» (sic) o utilizar las armas nucleares, que su país posee abundantemente, para responder al otro terrorismo, el del EI. Pero no. En este grupo está todo político que se precie de serlo y que, en función de su presente (cada caso es cada caso, pero suele incluir el deseo de mantenerse en el poder o de lograrlo al precio que sea) decide sobre el futuro o, peor, no decide sobre el futuro. Claro que me refiero a cuestiones medioambientales (calentamiento global), sociales (aumento de la desigualdad poniendo el sistema al borde de la ruptura), económicas (todo el poder para el 1%, armamentismo), culturales (fomento del consumismo, insolidaridad y violencia) y cosas por el estilo. Sigan uno y dos discutiendo sus cosas mientras en tres se están jugando cuestiones más importantes que incluyen a todos los humanos.

Disculpe si simplifico, pero más lo están haciendo ahora en Madrid.

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