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A la sombra de la infamia

Ya había publicado «La familia de Pascual Duarte» y «Viaje a la Alcarria». Aún le faltaba un año para dar a luz a «La colmena», ese bombazo. Corría el año 1949 cuando Camilo José Cela dio a las linotipias del diario «El Alcázar», el periódico protofascista por excelencia, un encendido y patriotero artículo dedicado a Millán Astray, el coronel sin un ojo y fiel colaborador del generalote Franco. Unos años antes, el gallego mal encarado, esmirriado gachupín y lameculos de gerifaltes y otras nebulosas con galones, se había ofrecido como delator de rojos al régimen franquista. Al parecer, (y este es un caso claro) la genialidad no está reñida con lo ruin, lo abyecto y los procederes despreciables. Es perfectamente compatible ser un genio y un trepa de cierto calado al mismo tiempo.

Más casos hay de escritores de fuste adeptos al «jocoso» alzamiento nacional, unos por ideología y algunos por puro y duro canguelo o instinto de supervivencia: Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Rafael Sánchez Mazas, Torrente Ballester o Rosales. Éste último no fue capaz de salvarle la vida a Lorca, el niño cobre y luna que quería partirse el corazón en alta mar.

Andando el tiempo, Cela se hizo Dios y habitó en nuestros anaqueles y vino a quitarse mierda y Sanbenitos de encima a golpe de talento, prosa repleta de hallazgos y de asombros y excentricidades de mejor o peor gusto. Pues bien. Decíamos que Cela escribió, con su prosa rotunda y de alambique roto, sí, un artículo más bien tirando a ridículo e infumable de exaltación a la guerra y a los aguerridos soldados que fieramente la practican. Casi setenta años después, el ejército de tierra en un twitter escribe una nota de ánimos a un tenista de élite que ha palmado en los juegos olímpicos y se sirve de un fragmento del mencionado opúsculo. (Sí, muy surrealista tirando a heavy):

«La guerra no es triste, porque levanta las almas?porque nos enseña que, fuera de la bandera, nada, ni aún la vida, importa».

Sí. Esta soplapollez, con tufo a rancio la escribió uno que llegó (por cráneo privilegiado, insisto) a premio Nobel. Pero lo más grave es que semejante majadería alcanforada la use una entidad que pertenece al ministerio de defensa de un país dizque democrático después de tantos años.

Creo que somos de los pocos países que aún se plantea la conveniencia o la inconveniencia de mantener los símbolos de un pasado de carnicerías, noches de cuchillos y fusiles y horror a manos llenas. Rescatar de los archivos textos en loor a un salvaje con gorro de borla, mantener calles con nombres de matarifes o seguir teniendo los arcenes repletos de esqueletos que perdieron el nombre. Muy fuerte. Que no me imagino yo una Plaza del doctor Menguele, caramba. O una calle Goebbels, ni en Alemania ni en ningún lugar del mundo.

En cierta ocasión compartí mesa y mantel con un conocido. Un tipo con buena conversación y aseadas maneras. A los postres me hizo una confesión alucinante:

-Es que?verás?Yo soy franquista.

Después de jurar que no era coña, después de esgrimir unos desopilantes argumentos, y repuesto yo del pasmo le dije:

- Haces muy bien, tío. Yo soy un acérrimo seguidor de Carlos III.

Pasa que la necedad se mantiene en el tiempo y muchos necios, quizá lleguen a legión, no son capaces de salir del abrigo de su sombra.

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