Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

El PSOE y su perdida identidad

Veía hace unos días un programa de televisión que rememoraba los años ochenta, los años de esplendor del PSOE, los años en los que el gobierno presidido por Felipe González y Alfonso Guerra impulsaron en este país un cambio tal que lo hizo entrar definitivamente en la modernidad. Un gobierno socialdemócrata que impulsó los elementos esenciales de esta forma de pensamiento fortaleciendo la sanidad, la educación, las pensiones y, como base y presupuesto, la solidaridad, traducida en igualdad real. El PSOE sabía lo que era, respondía a un perfil muy determinado, de centro izquierda, conectando con la inmensa mayoría de la ciudadanía que le llegó a dar más de doscientos diputados y que lo mantuvo en el poder casi quince años.

Hoy, muchos años más tarde, nadie sabe exactamente qué es el PSOE, que se mueve en una indefinición que se traslada a una ciudadanía que solo le mantiene fidelidad por el recuerdo de aquellos que entonces lo hicieron su partido. Un Zapatero ahíto de ser reconocido como propio rompió el nexo de unión o continuidad con aquel PSOE y dio un salto de decenios para entroncar su partido y entroncarse él mismo con el de la República. No era heredero de González, sino de Largo Caballero. No era sucesor de los momentos de gloria más inmediatos y ciertos del PSOE, sino de otros más lejanos. Su ansia de no ser identificado con lo próximo le llevó a lo remoto, recuperando mensajes propios de un frentepopulismo anacrónico y criminalizando a una derecha democrática a la que no dudó, aunque indirectamente, en calificar como sucesora directa del franquismo y deudora de la dictadura.

Y en esas está un PSOE que necesita recuperar el discurso que lo hizo ser el partido más identificado con la mayoría social. Esa identificación hoy perdida. Nadie sabe dónde está, pues sus mensajes son tan cambiantes y poco homogéneos como sus posiciones atendiendo a los diversos lugares en los que gobierna o hace oposición. Es prescindible si no recupera un lugar que le hurtan los que quieren arrebatarle su espacio natural y le niegan los que siempre ocuparon la izquierda más radical. Está perdido en la indefinición y no sabe cómo salir de una crisis que él mismo ha provocado.

Siento, además, tristeza y decepción cuando oigo y leo a los nuevos socialistas, cuyos resultados les niegan tanta soberbia y les imponen modestia y humildad, despreciar a González o Guerra. Llamarles «floreros» es poco respetuoso y, sobre todo, síntoma de cierta prepotencia injustificada o solo en la importancia de tan escasos votos, pues toda comparación está condenada al fracaso de los hoy dirigentes de una formación en crisis. La inteligencia obligaría a escuchar a quienes han acreditado un buen hacer, reconocido y valorado por todos. La inteligencia exigiría respeto a quien puede, por sus obras, dar lecciones a quienes son los responsables de un partido en sus más bajas cotas de la historia más reciente. Si no están capacitados para organizar un gran partido, menos, cabe sospechar, lo estarán para gobernar España. La inteligencia les obligaría a abandonar como referentes los años treinta del siglo pasado y recurrir a los más recientes ochenta. Motivos hay, suficientes, para el orgullo por lo más inmediato. Ahí está la fuente en la que deben beber, aunque padezca su ego.

El PSOE debe ser lo que es y renunciar a lo que le ha llevado, por razones poco explicables desde el punto de vista político a un lugar que, aunque no se lo crean, no ha tocado fondo. La militancia es atendible, pero es el votante el que debe ser escuchado. Máxime cuando se ha acreditado una desafección cuyas causas no se han analizado atendiendo a las motivaciones del electorado, anteponiendo otra vez más las razones internas de todo tipo. Los que supieron conectar con los votantes son ignorados y los que han perdido la confianza se elevan en su propia consideración hasta extremos poco comprensibles. Los que lo han llevado al lugar en el que se encuentra sacan pecho de no se sabe bien qué y resisten en un intento de permanecer al frente de la nada posible, pues frente a los que reclaman rigor, se alzan las mismas voces que son las responsables de la deriva. Negar el naufragio con los datos que constan, es irracional y falso. Insistir en lo mismo es condenar a ese partido a la irrelevancia. Llevarlo a un pacto contra la esencia del PSOE, contra la moderación de sus votantes, es perderlos irremisiblemente, porque los militantes no son igual que quienes le han dado su apoyo en estos años fiados por obras concretas, las de los «floreros» que ahora desprecian. No se puede vivir siempre de rentas y menos ignorar a quienes las proporcionaron. Son mejores y representan un partido en la edad de oro que algunos se niegan a reconocer.

Que cada cual haga lo que quiera, pero sin menospreciar a los que se ganaron el respeto merecido. No es necesario, sobre todo porque carecen de méritos para hacerlo los que hasta ahora no han acreditado otra cosa que fracasos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats