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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

El candidato que no quiere ser candidato

No es que Rajoy sea santo de mi devoción. Esa innata vaguería, ese dejar hacer al tiempo para que la fruta caiga madura sin más esfuerzo que recogerla al pie del árbol; esa chulería de yo soy el (único) bueno y los demás unos piernas; esa amenaza de «vamos a terceras elecciones y veréis como va a ser un clamor entre el populacho la necesidad de darme todos los diputados y más para que haga y deshaga a mi antojo»; esa alergia a pactar, «pero cómo van a pactar con un Hombre de Estado como yo semejantes mindundis, se hace lo que yo digo y ya está, en España como en Génova». De verdad que ese hombre me lleva a mal traer, yo que pensaba dejar de escribir en agosto y el individuo me obliga a ponerme al Mac. Y bien sabe Zeus que lo hago por salud mental, porque si no me desahogo en estas páginas puedo volverme un peligroso psicópata. Quedan advertidos.

Yo advierto en el personaje ese instinto mesiánico y las huellas de tanto dictadorcito como nos ha regalado la historia. Uno que prefiere ser presidente en funciones por los siglos de los siglos antes que dar un paso al margen para tratar de salvar esa patria que tanto dice defender. Es verdad que su puesto ideal es el de presidente en funciones, con todos los oropeles del cargo y sin un trabajo efectivo que desarrollar, más allá de leer el Marca y dejar irrespirable la Moncloa de olor a habano. Es el candidato que no quiere presentar su candidatura no sea que pierda y los demás niños se rían de él. Pues qué bien.

En el argumentario de Rajoy se desliza una afirmación peligrosa: «me tienen que dejar mandar porque tengo más diputados que cada uno de los otros». Eso valdría en otros sistemas políticos donde el ganador se lo lleva todo, pero en nuestro parlamentarismo 137 diputados son mucho menos que 213 y están a un mundo de representar la mayoría absoluta, con lo cual tan válido es que gobierne A como que gobiernen B+C+D+E y +F si es necesario. Esa pataleta de «dejarme gobernar que soy el Elegido y al que más quiere la gente» se da de bruces contra una realidad parlamentaria distinta, si bien fragmentada. Que estos resultados son un lío, pues sí, pero sin duda hay soluciones más imaginativas que esperar a cansar al adversario o repetir las elecciones hasta que las cuentas nos salgan. Entre otras cosas porque deshacer España únicamente para seguir malmandando debería tener reproche jurídico.

No me sorprende que en la calle Génova se viva una parálisis preocupante, donde todos viven pendientes de las ocurrencias de Mariano, los plazos de Mariano y la inacción de Mariano. Hay en España una tendencia a confrontar una derecha caudillista contra una izquierda cainita. La derecha obedece ciegamente a un caudillo les guste o no, la izquierda busca un líder para cargárselo. ¿Qué es más sano? Sin duda, que los líderes nunca sean sátrapas absolutos. ¿Qué es más eficaz? Desde luego, la vieja táctica de Alfonso Guerra: «El que se mueve no sale en la foto». Los caudillos suelen tener un Waterloo, excepto el Insigne que falleció en la cama, y en el pepé no están acostumbrados a mover la silla del líder más allá de conspiraciones de pasillo que no llevan a parte alguna.

Es imposible que nadie en Génova haya pensado que moviendo simplemente la pieza de Rajoy facilitan la gobernabilidad del país. Tan imposible como que alguien se haya puesto manos a la obra para crear un nuevo candidato/ata pata negra del PP que se ofrezca al Rey para tratar de ser investido/a. Ese simple cambio de piezas significaría que C's votaría sí y el PSOE se abstendría (y de paso Sánchez duraría un mes escaso hasta el Congreso en que sería apuñalado por los suyos, por sus enemigos y por un señor de Burgos que pasaba por allí). Y digo yo si Su Majestad no puede sugerirle discretamente que se venga a Santa Pola, que para leer la prensa deportiva es un sitio soberbio, además de que a la orilla del mar el humo de los puros se disipa.

Rajoy dice la de De Gaulle: «O yo o el caos», y mientras, juega con las desavenencias en la izquierda, la bisoñez de Ciudadanos y el hartazgo del público ante la posibilidad de unas nuevas elecciones donde nada cambiaría, probablemente, pero él ganaría unos meses de cara a la jubilación. Ya estoy oyendo en algunos foros que hace falta mano dura para salir del impasse, y en otros pegan zapatillazos al PSOE por no dejarse hacer la cama por el «Candidato que no quiere ser Candidato». Todavía no he oído «si yo soy el problema para España me aparto», y probablemente me quede con las ganas de escucharlo.

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