Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

A la estela de Manolete

El alicantino vivo más universal, a decir de muchos, se nos va con casi 104 años de vivísima historia. Hasta la centuria anduvo con su gorrilla blanca cubriendo todas la ferias de España para diversos medios, porque su vida era el toreo. No solo porque intentara la difícil carrera de la tauromaquia en aquellos durísimos años de la guerra civil, sino porque decidió convertirse en testigo mudo de casi tres cuartos de siglo taurino. Ya fuera con su clásica Leika o las modernas cámaras con que se le veía trabajar últimamente, aquel Curro Cano de los carteles casi pisaba la arena de todos los cosos como un torero más de la terna. Y buenas ovaciones que se llevaba. Quizá no le quede premio por acumular ni brindis de figura del escalafón de matadores por recibir.

La historia de este hombre bajito de estatura y grande de humanidad fue una mezcla de datos contrastables y literatura oral. Vivir tan intensamente durante tan largo tiempo le permite a los grandes agigantar su leyenda. Y a fe que Cano se encargó de alimentar tanto lo uno como lo otro. Porque los genios, hasta los más humildes, son así. El destino le llevó, entre causalidades y casualidades, a Linares el 28 de agosto de 1947. Una deuda por saldar (unos dicen que con Luis Miguel Dominguín, otros que con Manolete) le convirtió para la posteridad en la única ventana por la que el mundo entero vivió la tragedia del «Monstruo». Ya antes sus fotos del percance sufrido por el torero de Córdoba en Alicante por un toro de Curro Chica, en el que se fracturó la clavícula, tuvieron amplio eco en aquellos años. Corría el mes de junio de 1945. Sin embargo, fue una serie de instantáneas de aquella tarde canicular dos años después en la localidad minera las que a la postre se convirtieron en obras de arte que siguen hoy recorriendo el orbe y poblando la memoria colectiva: la última sonrisa del cordobés, el desplante postrero, los derechazos de poder a aquel Islero con hambre de historia, la estocada definitiva, la escultura dramática de toreros, subalternos y monosabios llevándose al torero herido de muerte, el llanto junto a la cama de su mozo de espadas Guillermo y su amor incomprendido Lupe Sino, la mortaja definitiva... Solo el preciso momento de la cornada escapó a su objetivo. A Manolete lo había matado un Miura en Linares, pueblo de mineros, porque Manolete era una figura del toreo que lidiaba reses de las divisas más famosas en todos los sitios. La última gran figura del toreo, cuya muerte, ironías de la fortuna, daría fama a su amigo Paco, el fotógrafo de Alicante que tanto le había fotografiado en vida.

Se nos va ese Cano que firmaba en minúsculas como mayúsculo testigo de la historia a partir de aquella tarde, y quizá también por aquella tarde. El torero de corazón y fotógrafo de pasión que con más de 90 años todavía se atrevió a darle una docena de naturales a una becerra. Francisco Cano Lorenza «Canito» para siempre.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats