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Rogelio Fenoll

Pikachu es dios

Si están al cabo de la calle sabrán que Pokémon Go es beneficioso, no solo para Nintendo, cuyo valor virtual en bolsa se ha duplicado en una semana, sino para sus usuarios porque, agárrense, pone a andar a los jugadores y combate el sedentarismo. También es positivo porque gusta a varias generaciones y padres e hijos pueden compartir la misma actividad. Y puede ser muy rentable para la economía si sus creadores dan el paso hacia la monetización de las localizaciones. Pokémon Go es la repera y emana un aliciente de riesgo que lo hace aún más atractivo: te puede atropellar un coche si cruzas una calle sin mirar porque andas ensimismado en la pantalla, o romperte la crisma contra una farola; puedes allanar una propiedad privada o un espacio público cerrado con la consiguiente pena de cárcel -hasta cuatro años en España-, o te pueden disparar cuatro tiros como pasó en una ciudad de EE UU cuando un vecino armado sospechó de dos chavales que se movían de madrugada por el jardín de su casa o, si vives en los Balcanes, podrías adentrarte en los numerosos campos de minas que dejó la guerra. Pokémon Go no tiene rival. Su leyenda urbana da para mucho. Aparte de los incidentes constatados del tiroteo americano y los dos chavales que se metieron en un cuartel de la Guardia Civil en España, por la redes sociales y el boca a oreja corren infinidad de bulos sobre chicos despeñados por puentes y barrancos, pero no teman, parece que todo es fruto de su propia burbuja. Y si eres un gran cazador de pikachus y dragonites puedes intentar venderlos en el mercado negro de eBay y otros portales de subastas: nada más excitante que hacer algo ilegal, expresamente prohibido en el contrato de términos y condiciones que firman los usuarios al descargárselo. Pokémon Go es pura realidad aumentada. Aumentará la presión de su hijo preadolescente -el adolescente ya lo tiene- para que le compre un móvil; aumentará la concordia familiar si sus miembros caen en la transversalidad generacional, crecerá la socialización de sus hijos, la factura del teléfono, el gasto de batería, los ingresos de McDonalds que quiere convertir sus restaurantes en gimnasios para esas deliciosas criaturitas mientras los jugones se atiborran a happy meals, pero también la brecha digital tipo «¡¡ni Periscope ni hostias!!» si usted no ha entendido nada de esto.

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