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Partiendo de que considero innecesarias, inútiles y superfluas todas esas manifestaciones de duelo colectivo que suceden a grandes tragedias y/o sangrientos atentados, y de que creo que esas expresiones de supuesta empatía con las penas de otros tienen más de postureo que de verdadero sentimiento de solidaridad con el dolor ajeno, lo que no deja de chocarme cada vez que se produce una masacre de esas características es la diferente respuesta que se da en función de la nacionalidad, el status o la raza de las víctimas, entre otras variables que van más allá del respaldo incondicional con independencia del color de su piel, de su nivel de estudios o del saldo de su cuenta corriente.

Que siempre ha habido damnificados de primera y segunda no es algo que haya descubierto ahora, pero coincidirán conmigo en que el poder amplificador de las redes sociales ayuda a dibujar con un impúdico exhibicionismo el mapa de un sentir ciudadano que fluctúa en función de la procedencia de muertos y heridos.

Confieso que me produce vergüenza ajena cada vez que el terrorismo sacude un territorio (occidental, of course) y en menos de un abrir y cerrar de Facebook miles de usuarios han fusionado su imagen de perfil con los colores de la bandera del país donde se ha producido el ataque convencidos de que con ese gesto están contribuyendo a la paz mundial, como diría cualquier miss que se precie.

Pero es precisamente en la representación de esa presunta solidaridad en el contexto de un mundo globalizado e interconectado donde con más claridad se muestran estos distingos que retratan una rasgada de vestiduras por los fallecidos en Francia, en Bélgica o en Estados Unidos, por citar varios ejemplos, y la diferencia más absoluta cuando la masacre se ha producido en algún recóndito país situado más allá de nuestro cinturón sanitario.

Tengo un compañero que atribuye este comportamiento al más puro egoísmo desde la perspectiva de que cuanto más próximo nos quede el ataque más posibilidades tenemos de que nos hubiera podido pillar a nosotros. Y de ahí, claro, la empatía. Pues lo mismo está en lo cierto y es eso. Humano, sí, pero no mejor que el postureo.

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