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Arturo Ruiz

El espíritu de Sanabria

Un día ya lejano de mediados de los ochenta, última jornada de liga, en un Bernabéu poco poblado (el Madrid, justo antes de que explotara la Quinta del Buitre, había hecho una pésima temporada), el Dante Sanabria recogió un balón que Ramos había estrellado al poste para marcar el 0-1 y lograr contra todo pronóstico una victoria ya marcada para la eternidad en los genes del herculanismo: aquel gol le dio la permanencia al Hércules cuando ni siquiera el club creía en ella. Y muchos soñaron que la heroicidad podía significar algo más: el comienzo de una época ambiciosa que recuperara la gloria de los setenta (la de Arsenio Iglesias), consolidara al equipo en Primera y le permitiera luchar incluso por puestos europeos como posteriormente hicieron Depor, Tenerife o Villarreal, de ciudades más pequeñas que Alicante. Pero el Hércules no lo hizo. Al año siguiente, Kempes se marchó, el equipo descendió y en los lustros que vinieron conocimos varias veces el infierno de la Segunda B. Y aunque vivimos algún momento estelar (dos ascensos de nuevo a la élite, los chispazos enormes de Rodríguez, un par de victorias épicas en el Nou Camp) han sido más frecuentes los instantes duros y tristes, los campos de estampa mediocre en alguna geografía remota, las gradas vacías en el Rico Pérez, el anonimato del fútbol no profesional. Nos hemos acostumbrado a sufrir. Es por eso que hoy ante el Cádiz nos jugamos tanto: las más de veinte mil almas que acudirán a un estadio vestido con las galas de las ocasiones grandes anhelan que el espíritu del Dante acompañe 30 años después a los de Mir. No sólo para escapar otra vez del infierno de la Segunda B. Sobre todo para no regresar nunca más a él y para empezar a saldar tantas deudas históricas que aún tiene el club con su gente y su ciudad.

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