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Jesús Javier Prado

Andrés, tócala otra vez

Acaba la semana más intensa del año, con muchos alicantinos de pro al borde del estrés post-traumático: por si fuera poco tratar de compatibilizar las mascletás, los niños sin colegio y el trabajo durante el día, y las fritangas, el alcohol de garrafón y la música de las barracas durante noche, éramos pocos y parió la burra del «Brexit» para meternos más miedo en el cuerpo derrengado, fané y descangayado que tenemos tras días de poco dormir y darnos sin remedio a la bebida (conscientemente, por supuesto: es una solución cortoplacista y con fuertes efectos secundarios, lo sé, pero la dificultad de la situación así lo exige). Por si fuera poco con todo eso, hoy votamos otra vez no sabemos muy bien para qué, y el Hércules se juega nuevamente el ascenso. Así que mañana lunes podemos ser pasto fácil de la depresión, al vernos otra vez sin gobierno, con las hogueras consumidas y la cuenta corriente, también. Mi cuñada (separada y con dos niños que tragan como limas), para variar y como todos los años, confirma que le ha sabido a poco la semana de fiestas, y que se queda otros quince días en mi casa: no sé, el verano en Alicante tiene un no sé qué tan especial?

Pero todo es susceptible de empeorar: tras unos inicios prometedores, la selección española vuelve por sus fueros y en la mejor tradición de los ochenta y noventa le sale un partido contra los croatas en el que sólo nos faltó sacar la charanga y ponernos a tocar la pandereta para revivir nuestros espíritus: faltando un minuto para el descanso nos meten un gol de espuela dentro del área pequeña; Sergio Ramos -«Apartaos, que voy?»- falla un penalti; y en el minuto ochenta y siete y con un resultado favorable para ser primeros de grupo, el equipo español en pleno se va de juerga al área contraria, posibilitando un contragolpe que acaba certificando que, efectivamente, De Gea es de hielo. Así que ya habíamos empezado a hacer hueco en la estantería para la tercera Eurocopa consecutiva (porque, según las hipérboles de los comentaristas y cronistas deportivos, nadie tenía nuestra táctica, ni nuestra técnica, ni nuestra experiencia en el banquillo, ni nuestro excepcional ambiente en el vestuario: ya nos habíamos autoproclamado campeones, de hecho: solo faltaba que se sucedieran los siguientes partidos) cuando una Croacia sin Modric y otros cuatro titulares de baja nos pone de frente al Everest: Italia primero y posiblemente Alemania después, y quién sabe si Inglaterra o Francia luego.

Nada está perdido, pero por eso todo puede perderse: los italianos son siempre un hueso difícil, que han mostrado solvencia en su grupo, y nos tienen ganas tras el palizón de juego y goles que les dimos hace cuatro años. Pero más allá de estar atentos a todos los detalles por los que pasa un partido complicado en una gran competición, lo que más necesita la selección es que Iniesta no desaparezca, como contra Croacia. Iniesta, el jugador con más talento y clase que ha dado el fútbol español en los últimos treinta años, por primera vez está en un campeonato como líder absoluto de la selección, tras la marcha de Xavi, Puyol, y Alonso, y con Casillas en el banquillo. Hasta ahora, tanto en el Barça como en la selección podía permitirse ciertas «desapariciones» (aunque siempre deje muestras de sus gambeteos, de sus controles, de sus cambios de ritmo) pero en esta Eurocopa ni puede, ni debe. Si hay algo cierto, es que ninguna selección tiene alguien como él, y eso es lo que demostró en los dos primeros partidos, dando un recital completo de pases, de regates, de paredes de centros. Incluso llegó a pitar faltas, como hacen los grandes, señalándole al árbitro el sitio y casi soplando él el silbato. Así que mañana tendrá que afinar la escuadra y el cartabón para filtrar el balón entre líneas que posibilite el gol ante el equipo que mejor suele defender del mundo. Si la selección gana, y gana bien, el Everest disminuirá su altura, el costurón que nos han hecho los croatas suturará, las nubes se levantarán y los pajarillos volverán a cantar. Así que cual Humprey Bogart cualquiera (que también era bajito y tirando a feote, pero con un estilazo inimitable) coge la pelota y tócala una y otra vez, Andrés, tócala...

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