El refranero, que es muy sabio, dice que «al que madruga Dios le ayuda», lo que estoy segura que tuvo muy en cuenta Rajoy el pasado lunes, cuando se personó el primero de los cuatro líderes políticos en el lugar de celebración del debate. Esa anticipación le brindó la posibilidad de recibir a los demás, como haría un buen anfitrión, lo que marcó su posición ventajosa en la pole de salida. Muchos de los espectadores estarían pendientes de la tele antes de la hora de comienzo del debate, pero abandonaron seguro al primer bostezo. En el extremo opuesto, la tardanza de Sánchez hizo que éste entrara en el plató como un rayo, casi sin saludar y visiblemente alterado. Alteración que le duró un buen rato, en vista de la crispación de su mentón. Sonrisas apenas hubo por parte de ninguno, a decir verdad.

Lo confieso, el debate me aburrió, y eso que lo vi a trozos para ser capaz de digerirlo. Me pareció más de lo mismo lo de empezar con ataques a Rajoy por parte de los restantes intervinientes. Demostraron todos ellos una palmaria falta de imaginación, porque eso era lo que precisamente todos esperábamos que sucediera, aunque yo confiaba en que nos rompieran de alguna manera los esquemas. Menos mal que al menos no entraron en vía muerta, como en el debate anterior Rajoy-Sánchez, que se convirtió en un reparto de bofetadas mutuas con poco estilo por parte de ambos.

En el debate a 4 vi un Rajoy un poco cansado e irritado a pesar del disimulo, a un Iglesias defraudado porque su romance con Sánchez no parece ir por buen camino, a un Sánchez mosqueado sin mirar a ninguno de los otros cuatro a la cara y a un Rivera espitoso, que en un momento dado se puso a atizarle a Iglesias, quien se quedó noqueado porque no se lo esperaba. Sinceramente, no me enamoró ninguno de los cuatro, lo mismo que le pasa a usted que me está leyendo en estos momentos. De hecho, esta es la vez que menos ilusión me hace ir a votar en toda mi vida. Y es curioso que nos digan las encuestas que suben las derechas o que suben las izquierdas en intención de voto, cuando parece que ni Sánchez está dispuesto a darle el gobierno a Iglesias, ni tampoco Rivera a dárselo a Rajoy. Por otra parte, las sumas siguen sin cuadrar, lo mismo que pasó en las elecciones de diciembre, por lo que el escenario aparece de nuevo como ingobernable.