Nicolás Maduro, al igual que hacía su antecesor Chávez, se presenta siempre en las comparecencias públicas televisadas con el retrato de Simón Bolívar al lado. La moneda del país se ha devaluado tanto últimamente como la figura del libertador. La última comparecencia pública del presidente venezolano fue para cargar contra la prensa española, a la que presenta, en su conjunto, como un elemento más de una especie de conspiración internacional contra el régimen.

Venezuela ha sido y es una nación rica tanto en petróleo como en energía eléctrica. Sin embargo, hoy sus recursos naturales parecen esquilmados. Hace unos años, criticar un régimen populista como el venezolano estaba mal visto o era políticamente poco correcto, sobre todo si esta apreciación procedía del ámbito político de la izquierda. Pero los datos y sobre todo las realidades están ahí: la cesta básica para una familia de cinco miembros está por encima de los 80.000 bolívares al mes y el salario mínimo, si trabajan dos de estos cinco miembros, no da para más que una semana al mes de esta canasta básica; el indicador de pobreza supera el 70% de la población y la pobreza extrema alcanza al 50% de los venezolanos. O sea 25 millones de pobres, un 150% más que en 2013 cuando asumió Maduro el poder; a ello se suma la escasez de alimentos o de medicamentos y la ineficiencia llena de corruptelas en la distribución de los mismos. Por denunciar esta situación y por prestarse a dar servicio jurídico a un opositor en la cárcel, a Felipe González lo echaron hace poco del país.

Moisés Naím nos relata en un artículo una rocambolesca pero real historia de un trabajador que ante la carencia de papel higiénico y el riesgo de tomarlo del aseo de su puesto de trabajo tiene que comprarlo en el mercado negro y acaba detenido por la policía. Un botón de muestra de la situación en la que se encuentra el país.

¿Qué ha ocurrido para que un Estado rico en recursos haya llegado a este punto? Sentado sobre las reservas de petróleo más grandes del mundo, el Gobierno dirigido primero por Chávez y desde 2013 por Maduro ha recibido más de un billón de dólares en ingresos derivados del crudo a lo largo de los últimos 17 años, y no ha tenido que enfrentarse a ninguna restricción institucional sobre cómo gastar esa bonanza sin precedentes. Es cierto que el precio del petróleo lleva un tiempo cayendo -un riesgo que todos preveían, y frente al que el Gobierno no se preparó-, pero eso difícilmente puede explicar lo que ha ocurrido: la implosión de Venezuela empezó mucho antes. En 2014, cuando el petróleo seguía vendiéndose a más de 100 dólares el barril, los venezolanos ya se enfrentaban a una importante escasez.

El auténtico culpable es la filosofía imperante iniciada en honor a Chávez y perpetuada por Maduro. En realidad el populismo retuerce los valores del gran libertador, pues en nombre de la revolución se ha llevado a la población a una situación de esclavitud económica. Destaca la propensión a la mala gestión (el Gobierno despilfarró los fondos estatales en inversiones descabelladas), la destrucción institucional (ante la pérdida de la mayoría en la Asamblea, el presidente responde con medidas autoritarias llegando a proclamar el Estado de excepción); las decisiones políticas sin sentido (como los controles de precios y divisas) y sobre todo la corrupción, que ha proliferado entre un sinfín de mandatarios y sus familiares y amigos. En España, los miembros de la nueva política que nos ponen como modelo el bolivariano actual, deberían abjurar de él de manera urgente. Veremos.