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Juan R. Gil

El alcalde contra todos

El alcalde de Alicante ha dicho públicamente que si Compromís tuviera dignidad dejaría el gobierno municipal. Echávarri tiene razón: si Compromís tuviera dignidad hace tiempo que habría dejado el gobierno. Pero el cuento habría que aplicarlo en toda su extensión. Si Guanyar tuviera dignidad también sus concejales se habrían largado hace mucho, en lugar de dar la impresión de que sólo están ahí por el sueldo. Y si el PSOE tuviera dignidad, Echávarri no sería alcalde. Esa es la cuestión: lo primero que perdieron las tres fuerzas políticas que se repartieron hace casi un año el segundo ayuntamiento de esta Comunidad fue la dignidad.

Escribía mi compañero Jorge Fauró ayer en estas páginas que el alcalde tiene «el dedo caliente», refiriéndose a sus contínuos mensajes en las redes sociales, en los que dispara contra todo lo que se mueve: socios, miembros de la oposición, militantes o dirigentes de su propio partido (con especial obsesión por el president de la Generalitat, Ximo Puig), periodistas, líderes sociales y ciudadanos de a pie. Yo creo que, más que el dedo, lo que Echávarri tiene caliente es la cabeza. Jaleado por lo peor de su partido, Echávarri es un alcalde contra su ciudad. Una situación de locos.

Se busque donde se busque, resulta imposible encontrar, ni en la actualidad ni en la historia, un caso como el de Alicante, en el que los miembros de un gobierno se atacan a diario con extrema virulencia, e incluso votan los unos contra los otros y se derrotan a sí mismos en los plenos, sin que pase nada. Por eso, todos los argumentos que el portavoz de Compromís, Natxo Bellido, o el de Guanyar, Miguel Ángel Pavón, esgrimen en privado para mantenerse aún a día de hoy en el Ejecutivo municipal son un sinsentido. Dicen tanto el uno como el otro que se quedan «por responsabilidad». Como si mantener una ciudad paralizada, sin que un solo proyecto se ponga en marcha o ni siquiera se defina, saltando de un enfrentamiento a otro entre ellos o contra los distintos colectivos que articulan el entramado ciudadano, fuera un ejercicio de responsabilidad. No. Es justo lo contrario. A estas alturas es una negligencia criminal la que están cometiendo.

Tampoco vale de nada ya afirmar, como sostienen, que no se van para no entregar Alicante «a la derecha». ¿Pero es que de verdad piensan que esta ciudad ha cambiado a mejor desde que ellos están al mando?¿Es que no son conscientes de que si mañana hubiera unas elecciones municipales la derecha volvería a barrer en Alicante precisamente gracias a ellos? ¿Tan ciegos están, tan sordos?

No sé si Bellido y Pavón han reparado en que el único socio con el que de verdad se encuentra cómodo Echávarri, el único del que habla bien y al que alaba, es precisamente el mandatario más importante con que el PP cuenta en la Comunidad Valenciana: el presidente de la Diputación Provincial de Alicante, César Sánchez. Echávarri no tiene más discurso que declarar todas las mañanas la guerra a Valencia, a ver si recurriendo al cantonalismo distrae la atención de su evidente incapacidad para dirigir la quinta capital de España. Pero ni siquiera en eso tiene un amigo, porque Sánchez, que es más listo que él, lo único que hace es utilizarlo para desgastar al Consell. Echávarri es hoy el mejor ariete de la derecha en esta Comunidad, mucho más que Isabel Bonig. Y eso lo sabe Ximo Puig y lo sabe también Mónica Oltra, para quienes se ha convertido en su mayor quebradero de cabeza.

Mientras ellos andan de disparate en disparate, la ciudad sigue sometida a maltrato. El tripartito nunca ha sabido qué hacer con ella. Por triste que resulte, echar al PP de la Alcaldía era todo el programa de gobierno. No había nada previsto para el día después; no había ideas, ni conocimiento. Nadie había pensado en qué necesita Alicante, en cuáles deben ser sus apuestas estratégicas, en cómo debe reordenarse la ciudad, en dónde están sus fortalezas y dónde sus debilidades. Nada. Sólo había prejuicios. Y ahora esos prejuicios se vuelven contra ellos como un boomerang y no saben qué hacer con el comercio, ni con Ikea, ni con los veladores, ni con el Plan General, ni con la plaza de Toros, ni con las vías del tren y los planes en torno a Renfe, ni con el Puerto, ni con la hostelería... ¡Pero si ni siquiera saben qué hacer con las contratas caducadas por las que siguen pagándole un dineral todos los meses a Enrique Ortiz! ¡¿Habrá mayor ejemplo de incapacidad?!

La mejor prueba del desnortamiento en que están es que, casi un año después, ahora se sacan de la manga la redacción de otro plan estratégico para la ciudad, el enésimo. Es una improvisación -si no fuera así, lo habrían anunciado desde el principio-, que únicamente busca a la desesperada templar gaitas entre ellos mismos. No lo conseguirán. También se pelearán por el dichoso plan estratégico, en el que esta ciudad volverá a gastarse un dinero que no tiene para que otro consultor -¡y van...!- nos descubra que nuestro futuro está en el turismo, los servicios, algo de I+D+I para decorar el informe y abrir Maisonnave los domingos para que los que vengan de fuera se gasten el dinero en compras. Ya verán: lo vamos a pasar de miedo. Bueno, como ahora.

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