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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

¿Y si eres inocente?

Una justicia que tarda una década en concluir -y sólo en primera instancia- que una persona es culpable o inocente, ni es justicia ni es ná. Si eres culpable probablemente tus culpas hayan expirado con el tiempo; si eres inocente da igual que al final se pruebe que lo eras, habrás pasado como un galeote en galeras esa década de incertidumbre. Un juez ha determinado ahora que Luis Esteban -lo digo por citar a una persona a la que conozco bien y rompiendo mi costumbre de no dar nombres- era inocente de los desmanes de Terra Mítica, pero su cruz la ha llevado a cuestas durante diez años y al final es más la tristeza por lo que has pasado que la alegría por haberte librado de ello. Todavía habrá quien no considere suficiente castigo esa condena aplazada, pero si eres inocente y honrado no hay peor muerte en vida que tu maltrecha reputación. Y esa es para siempre.

Leí «El Señor de los Anillos» a finales de los 70 cuando Tolkien era un profesor chiflado y en España no le conocía ni el Tato, no ese fenómeno de masas en que se convirtió tras las películas y que me espanta. Bueno, eso no viene al caso, pero a la mitad del libro Gandalf detiene la mano de Frodo cuando va a matar a Gollum, una repulsiva y traicionera criatura, y su frase me ha parecido dogma de vida, tanto que me la sé de memoria: «Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos». Lo que no quiere decir que no me hierva la sangre y exigiría la picota y tal vez la guillotina, ambas públicas y retransmitidas en «prime time», para algunos a los que no hace falta más que mirar y escuchar para condenar.

Que no se me vengan arriba los malvados, que los veo: la presunción de inocencia y las garantías procesales son las piedras angulares de la justicia, pero todos tenemos nuestro criterio y opinión y con las pruebas al alcance hemos juzgado y condenado a muchos a los que los tribunales probablemente absuelvan, bien por falta de elementos de convicción, por prescripción de los delitos o porque tenían un letrado de campanillas. Hay abogados de esos que son capaces de probar la inocencia de un tipo aunque le pillen con el cuchillo en la mano, tinto en sangre de la víctima. No tenemos atributos para condenarles a trabajos forzados, pero ocuparán en nuestras mentes un puesto destacado entre lo más nauseabundo de la sociedad.

Hay otra solución, experimentada en el sitio de Bèziers en la Cruzada contra los Cátaros, cuando interrogado el baranda máximo por alguno de sus hombres respecto al dilema moral de arrasar una ciudad en la que había herejes pero también buenos cristianos, argumentó con toda lógica: «Matadlos a todos y que Dios escoja a los suyos». Es otra forma de verlo, porque todos tenemos prisa por ver consumirse entre las llamas a los malos, pero, ya que no es posible, preferimos ver entrar en el trullo a quien sea, nos da igual, y eso a sabiendas de que podamos haber cometido una injusticia. En realidad esta sociedad nuestra exige venganza -y no justicia- y la quiere ya, sin más dilaciones, porque cualquier garantía para el acusado nos parecen maniobras de nenazas y argucias de leguleyos. Que también lo son, evidentemente.

Difícil resulta casar las prisas con las garantías, y más cuando la Justicia tiene unos problemas gravísimos de acumulación de casos, escasez de personal y de infraestructuras. Pero si no me gusta que por esas dilaciones queden impunes los malos, como sucede, menos me gusta aún que paguen lo suyo y lo de su prima los inocentes. Confiar en que la historia te absolverá, como a Fidel, la verdad es que no parece demasiado consuelo y lo de la justicia divina me parece fiarlo al albur de que exista y a muy largo plazo en el caso improbable de que la divinidad no sea sólo atributo de Sarita Montiel. Bueno, y de Greta Garbo, que ella sí que era Divina.

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