Mi primer contacto con la enseñanza pública lo recuerdo con especial cariño. Eran los primeros años 70, yo tenía unos cinco o seis años y muchos sábados -entonces la jornada escolar se alargaba hasta el mediodía del sábado con fiesta el miércoles por la tarde- acompañada a mi padre, maestro (qué bonita palabra en desuso) que ejercía de director, conserje y de lo que hiciera falta en una escuela rural pública en la que convivían en la misma aula chavales y chavalas entre los siete y los doce años, algunos ya con la pelusilla precursora de la barba bajo la barbilla. Me acuerdo de Mateo, uno de los más revoltosos de la clase por el que mi padre sentía un cariño especial y al que veinte años más tarde encontraría como encargado de la gasolinera de un pueblo próximo fundiéndose en un abrazo con su antiguo «profe» al reconocerle echando diez litros de «normal» camino de la playa. ¿Y por qué les cuento esta milonga? Porque de defensor de la Educación Pública no pueden encontrar alguien más confeso que éste que escribe, que acabó siendo periodista pero que bien podría haber terminado dando clases, oficio que eligió mi padre y dos de mis hermanos, todos en la Pública. Y en la Pública empecé yo. Eran los tiempos en que se aceptaba el cachete como parte de la educación, o se soportaban vejaciones como el que Don Agustín te pegara el chicle en el pelo si te pillaba mascando, o te ordenaba escuchar firme como una columna románica el himno de la España de Franco mientras se izaba la bandera. Les hablo del Bilbao de 1975, no hace tanto, no de 1936. Pues bien, al final acabé en el colegio Nuestra Señora de Begoña (Jesuitas) y en aquel colegio en el que todavía quedaban curas con sotana hasta los pies y no había ni rastro del sexo femenino, me formé y todavía hoy, más de 30 años después, lo recuerdo con cariño. A los Jesuitas, ya en Alicante, hoy centro concertado han ido mis hijos, y ni tienen orejas de colores ni un crucifijo debajo del pelo ni desprecian al diferente, sino todo lo contrario.

La Concertada fue un invento de Felipe González, un gran invento, un ejemplo de cómo hay que saber aprovechar los recursos, por lo que el discurso demagógico que acompaña la cruzada en su contra me irrita. Seguro que hay colegios concertados con más recursos que otros, seguro; como hay centros públicos en los que las familias podrían pagar la educación privada si fuera necesario. Señor conseller, ¿se ha pasado usted por esos colegios concertados de los barrios donde se hace una función espectacular con alumnos de todo tipo y condición? ¿por qué esa obsesión por demonizarlos? Para mejorar la Pública lo que haga falta pero no opte por lo fácil, por la solución electoral -al parecer cree que le da votos- y demagógica. Reflexione y actúe después, pero primero realice el trabajo de campo y pise todos los centros. Tan necesarios son unos buenos colegios públicos como unos concertados, donde también estudian hijos de mileuristas, se lo aseguro y, si quiere, le presento a algunos.