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Raíces

Mientras tomaba una café con leche en una terraza de la Calle Real de Úbeda, me sentí transportado a una de las escenas de Calle Mayor, la extraordinaria película de Juan Antonio Bardem, en la que se plasmaba maravillosamente bien la vida cotidiana en una ciudad de provincias. Cincuenta años después, el paisaje humano sigue siendo el mismo en muchas ciudades y pueblos españoles. Úbeda y Baeza eran dos de mis asignaturas pendientes de entre las muchas ciudades españolas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y como ya sabe el lector de mi mitomanía, la satisfice visitando, en Baeza, el aula desde la que D. Antonio Machado impartió clases de lengua francesa, y me tomé una cerveza (sin alcohol, ay!) en el bar-taberna Calle Melancolía, en alusión al título de una de las canciones más bellas de la música española de los últimos años, y que es un verdadero santuario de San Joaquín Sabina, probablemente el ubetense más famoso de la bellísima ciudad, quien no pierde ocasión de recordar sus raíces, puesto que nació en el reino de los olivos, el árbol de la paz. En Baeza, sin embargo, no han tenido empacho en adoptar y considerar como suyos a dos extraordinarias figuras, el citado Antonio Machado, sevillano como se sabe, y nuestro Miguel Hernández que cantó /describió como nadie a los andaluces de Jaén. Las oficinas de turismo explotan sin tapujos a los dos emblemáticos poetas a través de muchos objetos y carteles, lo que viene a demostrar que el sitio de nacimiento es algo relativo, se es de donde se echa raíces. En el cementerio de Alicante está enterrado Miguel, y ni siquiera se refleja en las guías turísticas de la ciudad, privando a un despistado lector de poesía de presentarle sus respetos y su agradecimiento. Raíces? Recuerdo que una de las primeras obras teatrales que dirigí, en los inicios de los 70 y en aquel pequeño Club47 de la Congregación Mariana, ¡qué tiempos!, justo al lado del desaparecido Hotel Palas, fue precisamente Raíces (Roots) del inglés Arnold Wesker, uno de los componentes del denominado grupo de «Jóvenes airados» de aquellos años. Quizás las raíces del milenario olivo, su majestuosidad, su empeño en pervivir en el tiempo, y ¡cómo no!, su nobleza y su fruto que se convierte en chorro de lágrimas de oro, forma parte de mi admiración por las tierras andaluzas. Mi madre era de Zamora y por lo tanto tengo raíces castellanas, con la inevitable consecuencia de haber sacado cierta austeridad y dureza de carácter. Pero nací, pasté y eché raíces en Alicante, y casi enfrente de mi casa, al final de la Rambla y en un jardincillo frente a la antigua Torre Provincial, un olivo se me presenta cada mañana con toda su elegancia, y que es uno de los pocos existentes en los jardines de nuestra ciudad, que siempre fue el reino de las palmeras?hasta que llegó el alcalde Alperi y taló todas las existentes en la Rambla con motivo del inicio de las obras antirriadas, y de las que ya nunca más se supo; las bellas palmeras que forman parte esencial de nuestro paisaje, elevándose al cielo y no permitiendo que los pájaros se posen en sus ramas, tal es su deseo de pureza. La directora y actriz madrileña Iciar Bollain, probablemente víctima de la nostalgia al residir en la actualidad en la ciudad de Edimburgo, también siente fascinación por el olivo, puesto que así se llama su última película sobre el inconformismo y la esperanza, y que podremos ver en los cines en mayo, El Olivo, que tiene como protagonista a un espectacular ejemplar que descubrió en El Maestrazgo castellonense. Prácticamente todos los países ribereños con el Mediterráneo acogen en su suelo al olivo milenario cuyas raíces

La perla. «Donde me halle, soy un pedazo del paisaje de mi patria» (Fatos Arapi, poeta albanés).

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