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Miguel Vilaplana

Estado de excepción

Desde que en 1999 se declarara en Alcoy el primer brote de legionela de una larga serie de 17, los habitantes de esta ciudad nos hemos tenido que acostumbrar a vivir en una especie de estado de excepción, en que el agua de la red pública está hiperclorada y las fuentes inactivas. Cuestiones tan habituales en todos los municipios del mundo mundial, como el baldeo de calles con camiones o el riego de los campos de fútbol en presencia de público, están aquí prohibidas. Todo ello sin contar los estrictos controles a los que son sometidos los equipos de refrigeración de las empresas, los túneles de lavado o los trabajos de asfaltado.

Mientras ha durado la crisis sanitaria, parecía del todo justificado mantener todas estas medidas, pero cuando ya ha transcurrido año y medio desde que se registrara el último caso y la incidencia de la enfermedad incluso hacía más tiempo que había empezado a remitir, los alcoyanos agradecerían que, siempre dentro de los márgenes de seguridad que se estimen convenientes, se empezara a caminar por fin hacia la normalidad.

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