Desde que en 1999 se declarara en Alcoy el primer brote de legionela de una larga serie de 17, los habitantes de esta ciudad nos hemos tenido que acostumbrar a vivir en una especie de estado de excepción, en que el agua de la red pública está hiperclorada y las fuentes inactivas. Cuestiones tan habituales en todos los municipios del mundo mundial, como el baldeo de calles con camiones o el riego de los campos de fútbol en presencia de público, están aquí prohibidas. Todo ello sin contar los estrictos controles a los que son sometidos los equipos de refrigeración de las empresas, los túneles de lavado o los trabajos de asfaltado.
Mientras ha durado la crisis sanitaria, parecía del todo justificado mantener todas estas medidas, pero cuando ya ha transcurrido año y medio desde que se registrara el último caso y la incidencia de la enfermedad incluso hacía más tiempo que había empezado a remitir, los alcoyanos agradecerían que, siempre dentro de los márgenes de seguridad que se estimen convenientes, se empezara a caminar por fin hacia la normalidad.