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Jorge Fauró

La vida en un whatsapp

El nacimiento de internet no fue portada de ningún periódico, pero nadie discute a estas alturas que ha cambiado la vida de la humanidad. No hablo de su implantación en la banca, en la comunicación, en el transporte, en la enseñanza. No. Me refiero al cambio operado en la vida de las personas, al giro electrizante, tan distinto, que se ha operado en las relaciones entre padres e hijos, maridos y mujeres; a las relaciones entre la gente que se quiere o que no se quiere; o que se quiere y acaba por no quererse a causa de un mensaje. Primero llegó Facebook, luego Twitter, y al final WhatsApp. La comunicación total y al microsegundo. O la incomunicación, según se mire. Ayer, la red de mensajería instantánea fue noticia por dos motivos: por la condena a un médico que en su estado de WhatsApp, y a la vista de toda su lista de contactos, ponía en duda la profesionalidad de otro colega (No te fíes de F. S. O., mantuvo durante tres meses), y por ese mensaje que los usuarios hemos recibido informándonos de que nuestras chorradas, nuestros mensajes de amor, los posados de adolescente frente al espejo del baño, la bronca a los hijos, el mensaje furtivo al amante o la foto de ese señor tan simpático de miembro descomunal, ahora están encriptadas, cifradas, protegidas de curiosos, hackers, dictaduras. Las tramas de corrupción se habrían ahorrado mucho papeleo y horas de conversación telefónica si hubiera llegado esto antes. De haber utilizado WhatsApp y no un anticuado sms, el mensaje más famoso de los últimos años habría quedado en la intimidad de dos grandes amigos. Luis. Lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo. Pero en el fondo, la novedad implantada por Marck Zuckerberg no aporta demasiado a la vida cotidiana de las personas. Prueben a discutir con su pareja por WhatsApp y verán de qué les sirve el encriptado. He visto más bilis en la pantalla de un Samsung que en un salón comedor; y conversaciones de más alto voltaje a través de un iPhone que entre las sábanas de la seda más exquisita. Las próximas innovaciones deben encaminarse a que la bronca con la pareja no acabe con la relación o que el cibersexo avise del gatillazo. Lo demás desvirtúa la condición humana y nos convierte en lo que nunca quisimos: entes patéticos dominados por las máquinas. Y con un simple clic.

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