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Arturo Ruiz

No es como te lo contaron

Reuniones familiares a altas horas de la noche en una modesta casa de alguna ciudad bombardeada, el padre, la madre, quizás el hijo mayor, decidiendo, aquí no tenemos nada que hacer, no hay esperanza, habrá que emigrar, exiliarse, abandonar el país de nuestros abuelos. Marchémonos. Multitudinarias caravanas de refugiados que avanzan lentamente cargando todas las pertenencias en una espalda, ataviados con las ropas que un día lucieron mil colores ahora ya sucias y desteñidas, atravesando los grandes espacios de Occidente, la ruta de los Balcanes, la del Ártico, el Estrecho de Gibraltar. Bajas, muertos, cadáveres: ahogados sin tumbas ni oraciones en el Mediterráneo, despojos que fueron niños en una orilla, cuerpos congelados de frío en alguna estepa. Alambradas, muros, policías de dientes apretados cargados con metralletas y perros. Horas de espera en campos de refugiados sin apenas agua, sin casa, sin cenas con los amigos, sin buzones donde te manden una carta, sin identidad. El milagro: te han dejado pasar, llegaste a la tierra prometida para descubrir que ésta también es una geografía inhóspita, que no es como te la contaron, que no se parece a los glamurosos anuncios de televisión con perfumes y coches y chicos guapos y chicas bien vestidas, que es más miseria, más camas extrañas, más vacío, aunque ya no haya bombardeos. Otra vez la reunión familiar: ¿Volvemos a marcharnos?

Europeos ante la Estatua de la Libertad de Nueva York a principios del XX; africanos y asiáticos a las puertas de Europa en el XXI.

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