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Conmigo o contra mí y otras estupideces

En estos tiempos de diversidad que estamos teniendo, en los que, diría yo que afortunadamente, nada es blanco o negro y todo es un conjunto de matices, la mayoría de nuestros políticos son los que menos capacidad de adaptación al medio están demostrando y los que siguen empeñándose en aferrarse al «conmigo o contra mí».

El sectarismo en el que se mueven se produce a todos los niveles, tanto en el nacional como en el local. El viernes mismo pudimos ver en el Congreso un ejemplo palmario de la estupidez que supone, con la pluralidad parlamentaria que tenemos, dedicarse a trazar líneas rojas, a vetar o ponerse el primero de la fila cuando los demás no quieren. El resultado ha sido que no tenemos presidente del Gobierno, que se antoja muy difícil que lo vayamos a conseguir y que los ciudadanos seremos llamados de nuevo a las urnas para intentar resolver lo que ellos han sido incapaces.

En Alicante capital, pese a que en un principio dio la impresión de que se había captado el mensaje y tres fuerzas políticas fueron capaces de sumar sus votos para formar gobierno local, la realidad, a la vista de lo que está sucediendo, es que sólo les unió el interés de echar a uno para poner a otro, mientras que la voluntad de consenso y de entendimiento brilla por su ausencia.

El alcalde, Gabriel Echávarri, es el que más parece instalado en el fortín de hágase mi voluntad, sin atender a más razón y explicación que la de ser el que tiene en su poder la vara de mando de la ciudad. La forma como ha llevado la propuesta de regular el horario comercial de la ciudad no deja lugar a otra interpretación. De un día para otro y sin mediar ningún tipo de negociación con los sectores afectados decretó el cierre comercial de Maisonnave, que es cierto que era una propuesta incluída en el pacto de gobierno del tripartito, pero que no por ello debe de adoptarse sin buscar el acuerdo y mucho menos sin estar respaldada -nadie ha mostrado ningún documento en este sentido- por un informe técnico que avale la pertinencia de ese decreto. Del mismo modo en que se actuó en un sentido, se dio un giro de 18o grados y se puso sobre la mesa una propuesta diametralmente opuesta: el abierto total. Con más nocturnidad y alevosía que la anterior, puesto que ni sus propios socios de gobierno eran conocedores del «café para todos» que Echávarri se ha sacado de la manga, tomó una iniciativa en la que, salvo el apoyo de Ciudadanos, que lleva camino de mimetizarse en la sombra del alcalde, no ha encontrado a ningún otro compañero de viaje político y tampoco es del agrado de la inmensa mayoría del comercio, que está más por la labor de volver a lo que había, abrir el eje de Maisonnave, y sentarse con el Consell a matizar su alternativa: veranos, Semana Santa y Navidad, abierto; el resto, cerrado.

Lejos de aceptar que en esta tesitura lo mejor es sentarse con el resto del fuerzas políticas que están representadas en el Ayuntamiento para encontrar una solución de consenso que ofrecer al comercio, el alcalde ha entonado el conmigo o contra mí y ha buscado una salida difícil de entender desde la lógica y que dice muy poco de su capacidad política para moverse en escenarios adversos, al plantear algo más o menos de esta índole: si me votan en contra del abierto total que yo propongo, lo que se quedará es el cerrado total que también propongo yo. La cuestión que se plantea de inmediato con este razonamiento es: ¿Y si da igual una cosa que otra, qué sentido tiene hacer una y luego plantear la contraria? La explicación parece clara: no hay criterio y se actúa con arbitrariedad, dos ingredientes muy peligrosos si se juntan y el que los maneja tiene la capacidad de tomar decisiones que afectan al conjunto de la ciudadanía. A tiempo está Echávarri de reconducir la situación si acepta que el gobernar no es sinónimo de ordeno y mando y de caprichos, aunque sólo sea porque en estos tiempos, como decía al principio, la aritmética no acompaña.

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