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Tomás Mayoral

Juegan negras y pierden

Ahora estamos aprendiendo que el jaque pastor de las mayorías absolutas, naturales o negociadas, poco o nada tenía que ver con la sofisticación de la partida compleja que se juega en un parlamento hecho añicos. En una partida seria de ajedrez no hay conclusiones rápidas: hay apertura, juego medio y final. Y cada fase del juego está íntimamente unida a los aciertos o errores que cada jugador haya cometido en la fase anterior. Incluso al color con el que le haya tocado jugar y por ende si cuenta o no con ese primer movimiento de ventaja que determina quién toma la iniciativa.

En la partida que dejó sobre el tablero el 20-D, Rajoy jugaba con blancas. Le tocaba la apertura y, en buena lógica ajedrecística, la evolución ortodoxa de los primeros movimientos, en los que no hay nada inventado. Pero lo que eligió fue negarse a mover ficha. Cambiaba así la esencia del juego, y el político no lo es menos, que está en el desarrollo más que en el final. Como la partida no se podía parar ni el árbitro sabía qué hacer en este caso inédito, movieron las negras. A partir de ahí, ya nada podía tener ni pies ni cabeza. Ni que en vez de dos jugadores hubiera cuatro o que acabaran jugando la partida adversarios reconvertidos en aliados a palos: Sánchez y Rivera a un lado de la mesa. Rajoy e Iglesias, del otro.

Se les puede agradecer a algunos, Sánchez y Rivera, que hayan intentado mantener vivo el juego por mor del espectáculo. Aunque Sánchez haya confundido el tablero de 64 escaques con el que usan los trileros y no haya quedado claro si Rivera es un as, pero jugando a las damas. Pero quienes me inquietan son los que no han querido jugar. Bien porque solo entienden, como Rajoy, que el 'dueño natural' del tablero debe ser siempre el ganador. O porque preferirían, como Iglesias, partirlo en dos de un mandoble a lo 'Juego de tronos' para acabar así la partida.

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