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José María Asencio

Incoherencias y vacío de ideas

Hoy es el primero de los grandes días que nos esperan. Pasen y vean el espectáculo que han organizado entre unos y otros, incapaces de mantener la serenidad, de moderar sus propuestas sabidamente absurdas en muchos casos, de silenciar sus filias y sus fobias, más propias de patio de colegio que de un Parlamento. No se espera otra cosa que una retahíla de quejas y reproches mutuos en quienes ven el poder al alcance de la mano, pero se les escapa, en algunos casos para siempre. Lo que antes valía, ahora es inservible. Lo que antes era pura estulticia, se convierte en dogma ante la cercanía del sillón que reclama un ocupante.

Todo son sumas y restas, que no dan a nadie la mayoría, pero que se sigue insistiendo en conformar para pasar el rato y aparecer ante la ciudadanía con un aura de responsabilidad que brilla por su ausencia. Con ciento treinta o ciento sesenta no se puede hacer nada, pues los de enfrente quieren lo mismo y nadie está dispuesto a renunciar a lo que consideran suyo. Todos hablan en nombre del pueblo e interpretan lo que la gente quiere. Para unos, un gobierno de cambio, aunque las cuentas no salgan si se observa que no es lo mismo un voto a Podemos, que al PSOE. Para otros, seguir en la misma senda, aunque hayan perdido la camisa en el intento (PP). Todos son el pueblo soberano, mientras los demás, que suman más o menos lo mismo, no son nada o son irrelevantes.

Gobierno de cambio y progresista, entendido como una suerte de revolución imposible, con mucho más de deseos que de realidades, pero útil para captar conciencias de los que sufren y que sufrirán más si luego descubren que no les queda ni la esperanza. Basta con ver las políticas municipales de los gobiernos de cambio para comprobar que, salvo la palabra hiriente y los gestos desabridos, poco se ha hecho para remediar la emergencia social de la que hablan. Por el otro lado, un gobierno útil especialmente para los mercados, la especulación, pero enloquecido por los recortes adoptados en muchos casos sin sensibilidad social alguna, causando males muy superiores a los beneficios, incluso los contables. Mucho extremismo maniqueo, falta de serenidad, búsqueda del votante impactado y fidelizado. Un circo en el que demuestran sus personajes una muy escasa capacidad de servir al bien común y mucha ambición y soberbia.

Pasa al final como en Alicante, que todo puede ser según el día o la semana, que lo que dije ayer ya no vale hoy, aunque eso sí, sin ofrecer las razones que llevan a justificar lo que se ha hecho, los motivos para el arrepentimiento y los criterios para orientar la nueva ocurrencia. Todos sin excepción, pues en esta ciudad los rencores o los desencuentros, así como una cierta tendencia a la locura, se manifiestan con más crudeza que en otras. Será por el clima.

Lo básico aquí no es lo que se quiere, siempre oculto, sino arremeter contra lo que hizo el otro. Y muchos recobran de este modo una paz espiritual, basada en la búsqueda de la autoestima, que tiene ese recorrido escaso propio de la estupidez. Los calores hacen que algunas mentes se ablanden sin posibilidades de recuperación. Y así nos va y nos irá mientras no vuelvan los fríos naturales de la época.

Nada sabemos hoy por hoy de lo que sucederá con el comercio. Lo cierto es que el tripartito no tiene una idea clara de casi nada, pues el programa más que construir se basó en destruir, incluso lo bueno, que lo hubo, guste o no guste. Frente a eso, no hay alternativa conocida o al menos coherente. Se estará construyendo, aunque ya han pasado algunos meses y no se aprecia una senda definida. Para algunos se trata de ir hacia una ciudad idílica. Pero esa ciudad que el detective Terratrémol apreció perdida hace años, ya no existe ni aquí ni en casi ningún sitio, aunque no nos guste y nos angustie su pérdida. Es la fuerza de la modernidad que se ha impuesto. Muchos lo sentimos, pero el futuro avanza inexorablemente y la vuelta atrás puede ser solo nostalgia.

Qué quiere ser Alicante cuando sea mayor es un misterio que hay que desvelar. Y ese es el punto de partida que, parece ser, no se tiene, pues las ideas de los gobernantes no son coincidentes. Ya no hay peces en la pecera ni Corte Inglés los domingos; los veladores, un campo de batalla; el PGOU, una incógnita mientras funcionamos con uno de 1987; el Hércules CF se muere; IKEA no se sabe si es galgo o podenco y un largo etcétera que no se cubre con palabras, que hay que afrontar aunque no se quiera, aunque se coincida con los anteriores en algunas o muchas cosas. Tal vez es que no haya más remedio.

Un poco de sensatez y coherencia se deben imponer aquí y allí. Y menos espectáculo. Que se divierta cada uno en su casa.

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