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Cuestión de caras

Sin certezas sobre la celebración y el resultado del debate de investidura de la próxima semana, ya es una evidencia de cambio el paisaje de caras nuevas que negocian los posibles pactos. Sánchez, Iglesias, Rivera, Garzón, Oltra y Baldoví no están en deuda con ninguno de los veteranos ni con sus políticas de gobierno. Las circunstacias difieren „no estamos saliendo de una dictadura„ pero las caras nuevas de la primera transición, mezcladas con las de algunos dinosaurios, trajeron ilusión y optimismo. No es igual en esta segunda transición cuatro décadas después, porque, excepto una, todas las caras son nuevas. Rajoy es la excepción, y su error de cálculo al declinar la encomienda real de formar gobierno, le está pasando a él y a su partido una pesada factura. Ha renovado muchas caras populares, pero la suya condiciona todas las demás.

Entre los tiempos de la declinación, el acusativo se le ha vuelto en contra por ceder a los competidores un valioso tiempo de tanteos y encuentros, así como exponerse a la rampante escalada de los casos de corrupción en las propias filas: «histerizantes» en sus palabras y anuladores de las presuntas ventajas del remake electoral confiado a Cameron en Bruselas. Más aún, ha favorecido la ambición de Pedro Sánchez y propiciado su crecimiento como líder capaz de negociar con la derecha y la izquierda reservándose bazas „la cuota de participación en el posible gabinete, por ejemplo„ que privilegian los contenidos programáticos por encima de los sillones. La machacona impugnación de un pacto de mayoría encabezado por Sánchez, «perdedor» del pasado 20D, denota un estrés nervioso que tal vez no veríamos si el presidente en funciones se quitase de enmedio.

No es predecible el final de la función, que depende de los votos reales de investidura más que de los acuerdos o desacuerdos previos, ni se descarta que Rajoy presida una segunda legislatura mucho más débil que la primera. Pero el contrapeso de la corrupción y la falta de un plan B ante el fracaso de la gran alianza a tres, reiterada hasta lo irracional, conllevan un desgaste sería menor sin su forzosa candidatura. «Con todo lo que ha hecho el PP por España», como dice Pablo Casado, el monomio Rajoy-PP puede llevarles de proa al marisco mientras que otras fuerzas, con su caras y discursos nuevos, personalizan cambios deseados sin duda por la mayoría de los españoles. No es sensato hablar de España como lo hacen los deplorables famosetes de ciertos programas televisuales. Es decir, como una globalidad omnicomprensiva que valora en una sola dimensiòn lo que se hace o deshace. Aún prescindiendo de los poblemas territoriales, el concepto de España es por plural y se está expresando en las caras nuevas que quieren gobernarnos, a despecho de las descalificaciones y las campañas del miedo.

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