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Políticos en apuros

Parece epidemia y, si se ve como tal, pide alguna explicación. El caso es que varios gobernantes europeos se encuentran en horas bajas. Hollande, en Francia, ya ha superado la ligera mejoría en las encuestas que provocaron los atentados del «viernes 13» y su rápida declaración de guerra contra quien se pusiese por delante. Vuelve a los bajos niveles previos a aquellos sucesos mientras Valls hace todo lo posible por evitar ascensos indeseables de indeseables partidos «nacionales», defendiendo con ardor la «sagrada unidad de Francia», la «única nación».

Merkel tuvo sus mejoras con el tema de los exiliados, pero sus problemas internos, tanto de su partido como de la Gran Coalición con que gobierna, le están creando dificultades y ha tenido que cambiar sus propuestas aunque no sea más que para reducir, en la medida de lo posible, si es que es posible, la creciente xenofobia hacia los «visitantes».

Cameron, en el Reino (relativamente) Unido, tiene que sufrir cómo le comienzan a comparar con Chamberlain, «el peor primer ministro que ha tenido la historia del país». No es tanto la Brexit, la secesión frente a la Unión Europea, sino su gestión del «aprendiz de brujo» que podría ser el referéndum, sobre todo para él. Los euroescépticos de UKIP vienen pisando fuerte y, al final, lo que cuenta son las elecciones británicas.

Supongo que se ve dónde está una parte importante de sus problemas comunes, a pesar de lo diferentes que son las circunstancias: el auge de sus extremistas, nacionalistas (se incluye a los corsos en Francia) y xenófobos. No siempre de extrema derecha según la tradicional clasificación de ideologías políticas que cada vez me convence menos.

El caso de Italia es particular. Renzi se encuentra una Lega Nord avanzando sin grandes aspavientos, un Berlusconi «cautivo y desarmado» y ve cómo Beppe Grillo deja su M5S para volver al espectáculo-espectáculo (a no confundir con el espectáculo político del que hablé la semana pasada al referirme a las Españas). No está en sus mejores momentos, pero parece que la razón hay que buscarla en otra parte.

Como en las Españas. Rajoy terminó su primera legislatura y navega en su segunda (breve en todo caso) con niveles de aceptación muy bajos respecto a las ya de por sí bajas aceptaciones de los restantes líderes políticos. Claro que la aceptación cuenta menos que el voto, pero el voto también ha sido sintomático. ¿Lo ha hecho tan mal o se trata de que la corrupción de su partido le salpica como en su día le salpicó a Felipe González? Creo que la respuesta está en otro sitio.

Y es en lo que tienen en común todos ellos: una ola particularmente adversa. Pido disculpas por la metáfora del surf que voy a usar, pero es la forma más sencilla de explicar lo que quiero decir, a saber que gobernar con el viento favorable y olas apropiadas proporciona muchas ventajas al gobernante-navegante-surfista. Por supuesto que con olas apropiadas, un mal surfista no va a quedar demasiado bien ante la opinión pública. Pero sí creo que es claro que con olas adversas o, peor, sin ola alguna, es imposible que el surfista se luzca, como tampoco el marinero a vela sin ningún tipo de viento.

Europa (es decir, la Unión Europea y sus vecinos y, a pesar de ello, amigos) tiene problemas. Y eso pinta mal para sus políticos en el gobierno que tienen que tomar decisiones que no gustan a sectores importantes de sus ciudadanos: fronteras, deudas, austericidios, crecimiento, empleo, identidades están en juego. El sueño de la frustración produce monstruos. Obvio: a diferencia del surf en el que la falta de olas afecta a todos los surfistas, la política es particularmente ingrata con el gobernante que tiene que bregar en «condiciones climatológicas inusualmente adversas» (como decían los viejos comunistas de la URSS para explicar sus problemas con la producción agrícola). Sin embargo, esos contextos son especialmente favorables para los que lo único que tienen que hacer es un hermoso «seamos realistas, pidamos lo imposible» sabiendo que no van a tener que poner en práctica ninguna de sus promesas. Es fácil, en tales momentos, que las oposiciones (en plural, no en singular) busquen especializarse en temas que les permitan aprovechar la debilidad del que toma decisiones, las haya tomado bien o mal pero, en todo caso, con efectos adversos para el común de los mortales.

Eso sí, lo de Tsipras, en Grecia, es otra cosa: es no tener donde surfear. Esperemos que no suceda con algunos cercanos.

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