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Juan R. Gil

Crimen organizado

a imagen que preside esta página, tomada como puede verse en el Palau de la Generalitat, es mucho más que una fotografía: es una lección de historia, un sumario policial y un certificado forense, todo en uno. Aunque hay otras más impactantes, apuesto porque sea ésta la que coloquen en la lápida, justo al lado de donde ponga «Aquí yace el PP de la Comunidad Valenciana. Murió por sus pecados».

Dadas las circunstancias, podría decirse que los populares obtuvieron un magnífico resultado en la Comunitat el 20D. A pesar de haber perdido en las últimas elecciones municipales y autonómicas la Generalitat y la mayoría de los grandes ayuntamientos, el PP todavía logró en las legislativas de diciembre un 31% de los votos, más del doble que los que cosechó el partido que aspiraba a arrebatarle el predominio del centro derecha, Ciudadanos, y once puntos por encima del PSPV, pese a ser un socialista el que preside ahora el Consell.

Pero la nueva redada practicada esta semana, en la que han sido detenidas decenas de personas, varias de ellas exdirigentes del PP, con el que fuera presidente del partido y de la Diputación en Valencia, Alfonso Rus, a la cabeza, servirá sin duda para volver a colocar las cosas en su sitio: los escándalos no van a dar tregua al PP. Los registros y arrestos continuarán poniendo de relieve una trama tras otra sencillamente porque la corrupción no fue un hecho aislado en la Comunitat Valenciana, sino que llegó a ser una forma de gobierno.

Fue un crimen el que aquí se cometió, pero un crimen organizado. Y a cada golpe policial, la repugnancia que producen los hechos es mayor. Aquí el PP pasó de sisarle los ahorros a las monjitas (caso Cartagena) a quedarse con el dinero destinado a la solidaridad (caso Blasco); para ahora, por fin, constatar que los dirigentes populares no sólo se ocupaban de robar el presente: también desvalijaban el futuro. Hace más de diez años que escribí en estas mismas páginas un artículo titulado «Generación barracón» en el que denunciaba la situación en la que iban a quedar unos niños que vivirían toda su escolarización en aulas prefabricadas que eran hornos en verano y neveras en invierno. Alicante era la provincia con más naves de este tipo de toda España. Ahora se sabe que con lo que la nueva trama destapada en la «Operación Taula» se llevó en comisiones y sobrecostes se podrían haber construido más de doscientos colegios públicos. Nada se hizo cuando se denunciaba aquello. Todo lo contrario, se alardeaba. Pedro Hernández Mateo, entonces alcalde de Torrevieja y hoy también encarcelado por corrupción, llegó a inaugurar entre aplausos un instituto hecho completamente de barracones. Y le puso una placa.

Lo cierto es que ya casi no quedan consellers de la etapa de Francisco Camps que no estén imputados o encarcelados, igual que ocurre con presidentes de diputación, alcaldes señeros o dirigentes plenipotenciarios. El saqueo de las cuentas públicas y el pillaje en las contratas y planes de la Generalitat fue sistemático, hasta dejar a esta Comunitat en quiebra. Jugando con las palabras, el conseller de Transparencia, Manuel Alcaraz, confesaba en este periódico la pasada semana que el nuevo Consell estaba «hasta los cajones», con a, de la corrupción del PP. Bueno, los fiscales también tienen «los cajones» a reventar de líneas de investigación aún por seguir. Y al PP le queda todavía un largo calvario que penar. Tras la detención y puesta en libertad bajo fianza que cubra la responsabilidad civil en una futura condena de Alfonso Rus y sus conmilitones, ahora vendrá la filtración de las conversaciones grabadas, a cada cual más soez. Y nadie duda en el PP de que si la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, o el exvicepresidente del Consell Gerardo Camps, no han pasado ya por una comisaría es porque están aforados, y la acusación contra ellos tiene que armarse más, pero no porque no estén bajo sospecha.

El PP se queja de la soledad en que se encuentra en el Congreso de los Diputados, donde ningún grupo parlamentario quiere hablar con él, con la sola excepción de Ciudadanos. Pero incluso los de Albert Rivera se curan en salud repitiendo una y otra vez que jamás permitirán una investidura que haga a Mariano Rajoy de nuevo presidente. No sé de qué se extrañan los populares. Mientras no acometan una regeneración tan profunda que del actual PP no queden ni los cimientos difícil tienen que nadie se les arrime por miedo a quedar abrasado. Y es evidente que la carrera política de Mariano Rajoy tiene que terminar. Porque el responsable último de lo ocurrido no es otro sino él. Fue Mariano Rajoy el que sostuvo a Bárcenas como fue Mariano Rajoy el que confirmó en sus cargos a todos los implicados en los escándalos de corrupción en la Comunidad Valenciana y el que los mantuvo al frente de las candidaturas del partido. Si al exgerente del PP le escribió aquello de «Luis, sé fuerte», a Camps le aseguró en público, cuando la actuación de sus gobiernos ya llenaba sumarios, que siempre lo tendría de su parte («un paso detrás tuyo, querido Paco»). Y ahora de nuevo se ha apresurado a dar la cara por Rita Barberá.

He consultado en la wikipedia quién es el santo patrón de los ladrones y me ha salido san Nicolás de Bari, ya es casualidad. Así que líbreme el también patrón de Alicante de insinuar y mucho menos afirmar nada, pero el inmovilismo de Mariano Rajoy, ese empeñarse en seguir al frente del PP, incluso «congelando» si es necesario el proceso de investidura y dejando caer que si hubiera nuevas elecciones él -y no Soraya Sáenz, por ejemplo- sería otra vez el candidato; ese no dar un paso atrás ni para tomar impulso, digo, a lo mejor no tiene tanto que ver con la leyenda de hombre de nervios de acero que se ha ido gestando en torno a él, sino con todo lo contrario. Porque a Rajoy habría que preguntarle por lo que sabía y no sabía de unas mordidas que, como ponen de relieve las investigaciones, en su mayor parte iban al bolsillo de quienes las perpetraban, pero en otro porcentaje se desviaban al partido y servían para amañar campañas electorales; en definitiva, para trampear los resultados desplegando unos medios con los que los demás no podían competir. Así que puede que efectivamente el antiguo registrador de la propiedad de Santa Pola sea un hombre imperturbable, un mago en el manejo de los tiempos, un especialista en sentarse a esperar que pase por su puerta el cadáver del enemigo. Pero también puede -es una teoría tan válida como cualquier otra- que en definitiva no sea más que un hombre con miedo a perder la protección que le confiere el cargo y tener que enfrentarse, como un ciudadano de a pie, a un interrogatorio que aclare por qué todos los que hoy están en la cárcel o van camino de ella gozaron de su «afecto, cariño y admiración». En resumen, por qué el jefe consintió que el PP, que era un partido, haya acabado siendo una banda.

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