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Ya no sé si estamos ante una segunda transición. Al haber nacido el Rajoy pactista, igual en lo que hemos entrado es una nueva dimensión. Cualquiera sabe lo que nos queda por ver todavía.

El caso es que en el Congreso se han contemplado caras de asombro y expresiones hirientes cuando no ha ocurrido prácticamente nada. Bueno, lo único que de momento está presidido por alguien de consenso, lo que supone cierta novedad. No cuenta con la retranca de Trillo ni con su frescura -entiéndanme-, pero es que todo no se puede tener. Las razonables caras de asombro son las que se le han quedado a millones de paisanos afectados por las políticas llevadas a cabo en el reciente ciclo y que ahora alucinan, vecina, cuando el impulsor de las mismas propone a sus oponentes una alianza que permita llevar a cabo «las reformas fundamentales que hay pendientes en España». ¡¡¡Socorrroooo!!!

Que nadie se lo tome a mal. Es lo que han venido a gritar algunos repetidores cuando han visto dirigirse al escaño a gentes con unas pintas que para qué. Eso es lo que tira de espaldas; lo guapo, lo sano, ya se sabe, es recortar a quienes se recorta. No por nada, pero a veces las apariencias engañan. Es lo que se trasluce de una historia real que escuché ayer. Una señora iba en el bus con las agujas de hacer ganchillo en casa de su amiga aún en la mano. Un chavalote cubierto de piercings, colgantes, cadenas y portador de unas buenas rastas se sentó a su lado. La mujer vio lo que le había desaparecido de la muñeca y, en voz baja, le dijo al fulano: «Dame el reloj o te clavo las agujas». Se lo metió en el bolsillo y, al llegar a casa, telefoneó su amiga para decirle que se había dejado el reloj olvidado y el joven entraría en la suya soltándole a la madre: «No te lo creerás, pero me ha atracado una maruja». Pues Celia no fue porque ella pasa de atacar con discreción.

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