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Francisco Esquivel

Combatir el escalofrío

Voy a aprovechar que a esta hora del día no ha habido ningún tipo que haya mandado a su pareja o a su ex al otro barrio porque, en cuanto saltara la noticia, me resultaría más difícil aún enfrentarme a ello. Cada vez que se produce un espanto, me bloqueo y, por supuesto, no puedo evitar darle una vez tras otra en el chisme este a reiniciar porque en cualquier instante puede saltar un nuevo espanto. Es incomprensible, no lo puedo entender. Por regla general se tiende a apoyar a los más débiles: a los desamparados, al tercer mundo, a los negros... Partiendo de una sangrante desigualdad y lo que les queda, las mujeres han tenido que ir conquistando su espacio y hay quienes no están dispuestos a consentirlo. Es algo superior a sus fuerzas, atávico a todas luces. Los mendas se sienten amenazados, les tocan el poder con el que han sido ungidos, reaccionan con la fuerza bruta de la sinrazón y, con la mujer, asesinan la visión de tantos pintores, la inspiración de los poetas, el delirio de cantautores, la virtud del drama, la sonrisa y el equívoco de las comedias en color o en blanco y negro. Las mujeres no son adorno, por Dios, ni un acompañante. Forman parte por igual del paraíso que del infierno que toca atravesar mientras nos amoldamos al terreno que pisamos, aunque ellas, que están especialmente preparadas para el combate diario, cómo no exigen su espacio. Saben que no lo tienen fácil, que nunca lo han tenido, pero aprietan los dientes y, poco a poco, más lento de lo razonable, van consiguiendo meter el cuello en multitud de parcelas que sencillamente no tenían a su disposición. Esas están menguando, hay quienes se sienten amenazados y reaccionan de la forma más cruel posible. Si el resto empuja en sentido contrario, se le dará la vuelta. Aunque, ojo. Igual lo logran ellas solas como sufragistas perpetuas que son.

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