Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arturo Ruiz

La alegría cotidiana

Sí, es verdad. El mundo podría ser de otra forma. La evolución de los últimos milenios de civilización podría haber deparado una sociedad distinta: sin injusticias laborales en grandes empresas; con urbes donde sólo existieran comercios pequeños; y con ciudadanos que desbordaran las calles no para hacer compras de Navidad o Rebajas sino para asistir a museos y recitales de poesía. Hubiera podido incluso suceder que el rector filosófico de este nuestro planeta no fuera Adam Smith y su regla de la oferta y la demanda, sino el muy olvidado Platón, empeñado en convencer a sus congéneres de que han de luchar por lo que «debe ser» y no por lo que «es». Vale. De acuerdo. Pero ni la avenida de Maisonnave parece el lugar idóneo para cambiar la mentalidad europea contemporánea ni nadie le ha pedido a los gestores del Ayuntamiento de Alicante que se metan a filósofos.

Porque el problema del gobierno de Echávarri, con la complicidad en este caso del Consell, reside en que intentan que sus convecinos sean como ellos creen que deberían ser y no como son. Y por eso intentan cambiarlos por decreto, regulándolo todo, fiscalizando el pálpito de una ciudad desde un despacho y coartando su libertad socioeconómica. En virtud de unos dogmas izquierdistas mal entendidos, permitieron ayer domingo que Maisonnave fuera más gélida. Y no, por poner un ejemplo, promocionando museos en la zona, como haría una izquierda cabal, para permitir a los ciudadanos elegir entre la cultura y el consumo o hacer las dos cosas, que la mañana dominical es muy larga, sino cerrando las grandes superficies. El resultado, calles y plazas más vacías y bares y pequeños comercios a los que se supone debe defenderse, también clausurados al quedarse sin el efecto llamada de los establecimientos grandes: menos negocio y menos trabajo. Lo que no es muy de izquierdas.

Ese mismo domingo, en el centro de Valencia y aprovechando las bendiciones del sol invernal, uno podía tranquilamente desayunar por Ruzafa, acudir a las tiendas de cualquier tamaño de la calle Colón atiborrada de multitudes y concluir la mañana con un aperitivo en la plaza de la Virgen; en Maisonnave, con el mismo sol, el día fue más triste: no sólo se le negó a este paraje urbano prosperidad económica; también -y eso no le habría gustado ni a Platón, tan amante de la felicidad- la alegría cotidiana de los domingos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats