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Bartolomé Pérez Gálvez

Cánnabis y capital

Las vueltas que da la vida. Nunca hubiera imaginado que llegaría el día en que podría invertir en marihuana. Podría, ojo, podría. Recalco el condicional porque, aunque la economía aprieta, queda dignidad suficiente como para no vender el alma por un puñado de dólares. Cuesta pasar por alto que, en cuanto a hierbas y resinas, aquí nos fumamos el 20% del mercado europeo, que no es poca cosa. O que uno de cada tres escolares españoles consume cánnabis y cerca del 5% son adictos a este tipo de sustancias. Una realidad que algún día nos pasará una elevada factura.

Cuando hace dos años comenzó a legalizarse el cultivo y la venta de cánnabis en los estados de Colorado y Washington, un servidor ya percibía cierto tufillo a negocio encubierto. En aquel entonces la polémica se centró en Uruguay, al convertirse en el primer país del mundo en regular este mercado. De la experiencia iniciada por el expresidente Mújica puede extraerse una interesante conclusión: por mucho que se abarate el producto, siempre habrá un mercado más asequible que el oficial. Vaya, que el modelo uruguayo no acaba de finiquitar a la competencia ilegal. Lo de Estados Unidos es otra historia. En el momento en que los gringos mueven ficha hay motivos para esperar que los dólares fluyan. Así ha sido. Tras el afán por legalizar la venta de marihuana y hachís -tanto monta, monta tanto- solo había una razón. Ni derechos ni puñetas: dinero y más dinero.

A medida que vamos conociendo los primeros resultados del experimento americano resulta evidente que, en esta feria, el único que acaba ganando es el capital. La salud pública, en cambio, es la gran damnificada. Quienes aseguraban que legalizar la venta de cánnabis no afectaría a las tasas de consumo fallaron en sus previsiones. Se equivocaron estrepitosamente, o quizá se trate de un engaño premeditado. Las investigaciones más recientes demuestran que el consumo de estas sustancias se duplica allí donde se ha legalizado su uso terapéutico. Por otra parte, el número de adictos se incrementa también en un 81%. Son datos a tener en cuenta para corregir los errores cometidos, aunque nunca para oponerse al beneficio médico que pudiera obtenerse del cánnabis. Bien está defender el potencial terapéutico de algunos de los principios activos de la planta. Ya existen múltiples fármacos que los contienen pero no es lo mismo, en absoluto, que fomentar su consumo indiscriminado.

Llama la atención que en Estados Unidos un consumidor pueda disponer legalmente de una cantidad de cánnabis u otra, dependiendo del Estado de la Unión en el que se encuentre. Las diferencias son abismales. Si la norma general es considerar legal la posesión de 30-60 gramos de cánnabis y de 6-10 plantas para el autocultivo, en Oregón no hay problema en guardar en casa la friolera de 700 gramos y cultivar hasta un par de docenas de ejemplares. En fin, nada que ver con los 5 gramitos que pueden adquirirse libremente en un coffee-shop de Amsterdam ¿Cuál es la diferencia? La presión de los lobbies de interés, ni más ni menos.

Primero llegó el uso médico de los derivados del cánnabis. Después, la legalización de la venta para consumo recreacional. Una actividad absolutamente legal en Estados Unidos y que cotiza en Wall Street. En enero y febrero de 2014 las acciones de las empresas productoras de marihuana -generalmente, farmacéuticas- se incrementaron en un 350%. Es difícil concebir otro negocio tan rentable. Por algo será que la venta de cánnabis se considera actualmente la industria de más rápido crecimiento en Estados Unidos ¿Por qué creen que Colombia y México han optado por el mismo camino? Aquí hay plata, mucha plata.

No solo las empresas farmacéuticas salen beneficiadas en este reparto. Los gobiernos federales se llevan una tajada nada despreciable del pastel, en concepto de tributos. En Colorado, con una población similar a la de la Comunidad Valenciana, los ingresos previstos para 2015 por este concepto se elevaban a 125 millones de dólares. Una cifra que duplica lo que nos llevamos aquí por los impuestos de las bebidas alcohólicas. Y junto a empresas cotizadas y gobiernos federales, el otro gran beneficiado es el sector sanitario privado. Imaginen el filón que se genera cuando el 2% de la población se encuentra en tratamiento con derivados del cánnabis, como ocurre en Colorado. Por cierto, es falso el mito de que son terapias contra el SIDA o el cáncer, que apenas el 1% de los pacientes tiene estos diagnósticos. Ya ven, mucha demagogia para un negocio redondo.

Está claro que la liberalización de la producción y venta del cánnabis no estaba condicionada únicamente por la presión social. También ha existido un significativo interés recaudatorio y, obviamente, de los inversores que encuentran en este mercado una excelente oportunidad para generar rápidos beneficios. Lo dicho, nada que ver con derechos y sí con los intereses del capital.

Con todo, el negocio sería aceptable si no perjudicara a los sectores más vulnerables de la sociedad. Respetar la utilidad terapéutica del cánnabis e, incluso, su consumo recreativo, no puede entrar en colisión con la defensa de la salud pública. Y la evidencia de que el consumo se incrementa allí donde se instala la legalización, obliga a plantear otras medidas. Es obligado exigir que el consumidor no sea sancionado, pero no por ello hay que aceptar que se otorgue legitimidad empresarial a la producción y venta de sustancias nocivas.

Comparando la realidad de nuestros países, un colega chileno explicaba su visión del asunto. Legalizar no es progresismo -me comentaba- porque el consumo de cánnabis afecta a los más vulnerables. Hoy dirige las políticas de drogas del gobierno de izquierdas de Michelle Bachelet y sigue defendiendo el mismo discurso, lo que le honra. Y es que, en temas como el que nos ocupa, se echa en falta más razonamiento científico y menos argumentos partidistas.

Parece que mi amigo tenía razón. Vean dónde se ubican las «clínicas» de dispensación de marihuana. Pues, como cualquier negocio que se precie, en la proximidad del cliente al que se intenta fidelizar. En este caso, en los barrios con ingresos económicos más bajos y más marginalizados que, por otra parte, también son los que tienen más densidad de establecimientos de venta de alcohol. Efectivamente, incidiendo en los eslabones más bajos de la escala social.

Hay quien afirma que el capitalismo puede salvarse montándose en un caballo grande, verde y pegajoso. Vaya, en una planta de María. Así parece ser.

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