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Miedo me dio la portada del primer Magazine del año. Venía a rezar así: grandes del cine reflexionan sobre el futuro de la industria. No sabía si pasar al interior. De modo que, buscando en él de reojo, fui de cabeza al mío pensando en que Woody animaría a los románticos de la sala oscura cuando era todo lo contrario, o sea que, de prometedor según él, el futuro no tiene un pelo: «Yo creo que en nada la gente tendrá una gran pantalla, la definición será perfecta y las películas estarán hechas para ser vistas en casa». Si no desenfoco, lo chocante de la historia es que la mayoría de los seguidores del menda neoyorkino sintonizamos con la vieja escuela, mientras sus detractores apuestan por no moverse del sofá. Es el caso de uno de mis mejores amigos que, el día en que leí el reportaje, nos proporcionó una sesión de 3D en casa de la que salimos vivos de milagro. A mí, en medio del amplio salón del que dispone y ataviado con las gafas correspondientes encima de las de nacimiento, me atravesó un pez espada en canal que todavía estoy preguntándome de dónde salió el puñetero. Y, al parecer, esto no es nada para lo que viene. Disney está desarrollando un sistema de salas de cine en el que unas 200 personas presencien juntas una cinta, aunque cada una de ellas siga su propia versión con un casco de realidad virtual, por lo que el vinito posterior para comentar lo visto puede alcanzar las cotas de las citas entre Junts pel Sí y la Cup. También se anda a punto de dar con la tecla que posibilitará que unos espectadores elegidos al azar vean sus rostros insertados en la película que se encuentran mirando. No sé dónde va uno a estas alturas disfrutando con la suculenta sencillez de la historia que se cuenta en Truman o con el peliculón que es El puente de los espías. Creo que es el momento de aficionarse al fútbol australiano. Será más fácil situarse.

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