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Antonio Sempere

Dulce embeleso

Leo y releo columnas y artículos dedicados al ganador moral de las navidades televisivas. Cachitos de hierro y cromo se ha convertido en icono y referente en las redes sociales. Su menú de Nochevieja ganó al de las otras cadenas pares, Cuatro y La Sexta. Motivo por el que un servidor debería sentir algo más que alborozo.

Sin embargo, no dejo de acordarme, maldita nostalgia, del programa Mitomanía, presentado por Guillermo Summers y Susana Hernández, por el que quiero romper todas las lanzas que hagan falta. Por precursor. Y sobre todo, y permítanme la palabra, por entrañable.

No tengo nada en contra de Cachitos. Es más, se trata de uno de los proyectos más queridos de los impulsados por Manel Arranz durante su etapa como director de La 2. Recuerdo su estreno, hace ya cuatro navidades, con una entrega suelta, completamente perdida, que se emitió sin anunciar en ninguna parte, con una audiencia exigua.

Pero a medida que se acrecienta este boom no puedo dejar de pensar en todos esos formatos iniciados por el tándem Ignacio Salas-Guillermo Summers (Devórame otra vez, Y sin embargo te quiero...) que derivaron en unas entregas de Mitomanía de todo punto imprescindibles. TVE las guarda a buen recaudo, evitando su exposición en la web de la casa, del mismo modo que Érase una vez la tele sigue encerrado bajo siete llaves.

Mitomanía era menos agresivo que Cachitos. Lo que no quiere decir que esos rótulos que acompañaban a cada uno de los vídeos recuperados, que ahora tienen tanto predicamento, no estuviesen revestidos de ironía e inteligencia. Es más, en su sencillez muchos de ellos parecían haikus, o greguerías de Gómez de la Serna. Contenían cachitos de poesía. Minimalismo puro. Como esas baladas de Luis Aguilé, Palito Ortega o Marisol que eran bautizadas con un lacónico Dulce embeleso. ¿Hacía falta más?

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