Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bartolomé Pérez Gálvez

Perdedores

Sitúense. Noche electoral, ya conocidos unos resultados casi inamovibles. Andrea Levy, vicesecretaria de Estudios y Programas del PP representaba a su partido en el especial de TVE. La referencia a una factible coalición de perdedores no era nueva pero, oírla de su boca justo tras pegarse el batacazo, sonaba un tanto grotesco. Todo apuntaba a que acabarían pidiendo el apoyo de Ciudadanos y, cuando menos, la complicidad del silencio al PSOE. De hecho, finalmente así ha ocurrido. Era un momento para la humildad -aunque solo fuera por estrategia- pero, al parecer, algunos son incapaces de bajar de los altares.

Esa noche, Levy arremetía contra la anunciada coalición de perdedores y, sin embargo, desde sus filas se ha intentado que existiera una: la que le han puesto encima de la mesa a los socialistas. La propuesta no resulta descabellada, a la vista del endiablado panorama devenido de las últimas elecciones; pero, sin duda, eso sí sería un acuerdo entre los dos grandes derrotados en las urnas. Por más que se resistan a asumirlo, populares y socialistas son los verdaderos perdedores de los comicios del 20-D. Y, muy posiblemente, España en su conjunto. Era malo el bipartidismo pero, a la vista de los acontecimientos, no parece que nuestra democracia sea suficientemente madura como para gestionar la pluralidad.

El PP ha obtenido mayor número de votos y escaños que sus rivales y, en términos estrictamente cuantitativos, su victoria es indiscutible. Ahora bien, si introducimos matices cualitativos aquí no ha ganado ni el Tato. Considerarse con derecho a dirigir los destinos de este país con el apoyo de apenas el 28% de los votantes es una mala broma. Si contamos con los nueve millones de electores que optaron por la abstención, solo uno de cada cinco españoles apoya a los populares. Magras alforjas para recorrer cuatro años más ¿no creen?

Realmente, los resultados obtenidos por Rajoy son de excepción, por paupérrimos. Nunca un partido en el gobierno fue capaz de dilapidar tan rápidamente el apoyo electoral que otorga una mayoría absoluta. El Grupo Popular en el Congreso ya apunta a quedarse en solo 119 diputados. Los procedentes de Unión del Pueblo Navarro y del Foro Asturias han preferido irse al Grupo Mixto, mientras se rechaza la entrada a Pedro Gómez de la Serna -¡por fin hay algo de coherencia!-, quien se niega a renunciar a su escaño. En consecuencia, el PP acaba perdiendo 67 escaños o el 36% de los que disponía, lo que prefieran. Ni ZP fue capaz de conseguirlo. Nadie había perdido tanto. Nadie.

Rajoy ha encontrado en Pedro Sánchez a su alter ego. Visto lo visto, se hace difícil saber para quién trabaja cada uno. Ambos nos dejarán el recuerdo de su contrastada capacidad para hundir su propio barco. Si lo del gallego tiene narices, el madrileño le supera, pretendiendo erigirse en adalid de la izquierda y liderarla hasta la victoria final. Cuenta para ello con una famélica tropa de 89 diputados, porque también se le ha escapado uno al Grupo Mixto. En consecuencia, no solo ha sido incapaz de hacer resurgir a su partido sino que tampoco ha podido frenar la debacle iniciada hace cuatro años.

Los dos candidatos han coincidido en sus respectivas estrategias para intentar evitar el descalabro personal. Nada más conocerse los pésimos resultados cosechados, al socialista le faltó tiempo para abrir la caja de Pandora y postularse para ser reelegido como secretario general de su partido. Los números no salían y, consciente de que sin mando en plaza perdería cualquier posibilidad de volver a ser candidato, se esfuerza en amarrar el cargo orgánico. En el caso de una nueva convocatoria de elecciones, el camino a La Moncloa pasa por mantener la secretaría general. En consecuencia, mejor demorar cualquier posibilidad de cambio interno hasta que amaine la tormenta.

Dudo que entre los socialistas sean mayoría los que tengan reparos en pactar con Pablo Iglesias, a la vista de lo que disfrutamos por estas tierras con sus tripartitos. El propio Ximo Puig abona esta hipótesis, declarando que todo hubiera sido distinto si la suma de podemitas y socialistas fuera suficiente. No olviden que, tal y como están las cosas, aún podrían verse obligados a solicitar la bendición de los independentistas de ERC y de la gente de Artur Mas. Efectivamente, las cuentas no cuadran. Está por ver cuánto pesa la posición de los popes del PSOE que se oponen a esta alianza, rechazando de plano la exigencia innegociable del líder de Podemos de celebrar un referéndum en Cataluña.

Cabe suponer que la razón es mucho más simple: ni Pedro Sánchez debía ganar, ni mucho menos ser presidente. Su papel quedaba limitado a cubrir la transición, en espera de que otros dieran el salto, como la omnipresente Susana Díaz. La presidencia del gobierno es un mero espejismo para quien ha cosechado los peores resultados electorales en la historia del PSOE. Si Alfredo Pérez Rubalcaba dimitió por menos, Sánchez ya debería estar asumiendo su responsabilidad en el cataclismo socialista. Eso es lo que vienen reclamándole, de forma cada vez menos sutil, los barones territoriales de mayor peso en su partido.

Rajoy, también perdedor, ha seguido los mismos pasos de su colega. De dimitir ni pensamiento. Lejos de hacer autocrítica, se empeña en repetir lo bien que ha cumplido las órdenes de Bruselas y que su responsabilidad le ha pasado factura. Salvo imprevisto de última hora, esto tiene pinta de acabar en nuevas elecciones y ambos líderes son conscientes. Bien por incapacidad de formar gobierno, bien por la inestabilidad del que pudiera surgir, esta será la legislatura más breve. En estas condiciones, Rajoy también se ha adelantado a cualquier intento de rebelión interna, advirtiendo de que solo él podrá volver a presentarse bajo las siglas del PP. Y es que la prometida renovación no incluye el cambio del protagonista principal. José María Aznar ha vuelto a descartarse pero reclama reflexión y, supuestamente, cambios. Ojo a la trifulca.

Se trataba de elecciones legislativas pero se asemejan más a unas presidenciales. En estos comicios, la figura del líder tiene especial repercusión en el resultado final. Si el éxito cabe atribuírselo en mayor medida al candidato, debería aplicarse el mismo rasero ante el fracaso ¿no?

En resumen, vuelta a empezar y, si nadie lo remedia, con los mismos actores. Gatopardismo hispano, que aquí no ha pasado nada.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats