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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Cuñadismos

La política es sin duda el paraíso del cuñadismo y si desciendes en el escalafón, de las grandes decisiones a la compra de lápices, cuando menos se lo espera salta un «cuñao». Parece que fue Plauto el que formuló la teoría de que el hombre es un cuñado para el hombre, aunque luego no se atreviera, le pareciera una exageración y sustituyó al cuñado por el lobo, mucho menos peligroso e indudablemente la mitad de tóxico. Ese cuñado que sabe de todo y opina de cualquier cosa como un tertuliano de la 13 es lo más parecido a lo que cualquier alcalde de tripartito tiene que soportar en su entorno, no me extraña que se produzcan broncas familiares en Navidad y suicidios masivos en los ayuntamientos.

El asesor cuñadista que se las sabe todas y que para cualquier disyuntiva tiene una respuesta lista -que normalmente suele ser la contestación más tonta y más tópica- es la trilita de los políticos. Ese ser especial que sabe de cualquier cosa y que estuvo en los grandes acontecimientos de la humanidad, como protagonista además, capaz de opinar al mismo tiempo de la última misión de la NASA, de la efectividad de los rifles de francotirador y de la más sabrosa receta para el bacalao a la vizcaína es el dolor de las cenas familiares, en los que encuentra nido y acomodo. Si fuera filósofo reformularía la famosa teoría de la «Navaja de Occam», esa que dice que ante cualquier problema la solución más sencilla suele ser la mejor, argumentando que cualquier afirmación cuñadista suele ser la menos certera.

Pero sin duda su característica más especial y fastidiosa es lo que se llama la capacidad de predecir los acontecimientos cuando éstos ya se han producido. De esta forma pueden emitir constantemente la frase «ya te lo dije», que sirve igual para un roto que para un descosido y es, por si hubiera pocos rasgos distintivos, el mejor sistema para detectar un «cuñao». Lo que podríamos denominar el «radar de cuñaos» que es además sencillo de fabricar en casa: una cerveza y unas cuentas piezas de carne que echar a la barbacoa son más que suficientes para soltar la lengua del cuñado más discreto, sí que es ambos términos no son antagónicos.

El caso es que esta «política de cuñaos» prolifera en los partidos asamblearios, que en realidad no son otra cosa que una concentración cuñadista, y en los tradicionales, absolutamente infiltrados de ese virus peligroso y pertinaz. Es de las pocas tradiciones que podríamos exportar al extranjero porque tenemos para dar y tomar, incluidas las zonas de España que no quieren ser España. Cuñadismo es que se empate en una votación a 1590 y que un 83 por ciento de nuestros familiares postizos declararan todo serios en el bar de la esquina que ellos ya lo habían dicho. Mira que te lo dije que iban a empatar. Pues hombre. Pero para qué vas a discutir con ellos, si es inútil, y entonces te salen con la risita de vencedores y ya dan ganas de hacerse eremita en el desierto del Gobi.

Aunque, ahora que lo pienso, si son malos los cuñados lo de los suegros no les va a la zaga. Fíjense en el pobre Granados que va a dormir estas Navidades en la mazmorra fría porque a los padres de su mujer se les metieron unos fontaneros en casa y les dejaron un millón de euros en el altillo. Ya se sabe que los fontaneros acopian mucho dinero negro y que tacita a tacita en cuanto te descuidas tienes un millón de euros y ya no sabes qué hacer con la pasta, pero hombres de dios, para la basura existen los contenedores, no hay necesidad de complicar las cosas a una familia de bien.

Si es que cuñadeamos en exceso y luego pasa lo que pasa.

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