Quienes creen que el procés ha quedado en manos de la CUP no aciertan del todo a definir el problema. El procés está en el eco de la carcajada sonora o el triste esperpento, según se mire. El penúltimo episodio „el empate en una asamblea a 1.515 votos entre los supuestos partidarios de investir a Mas y los que lo quieren desvestir„ no hace otra cosa que alargar su agonía mientras que arrastra el desprestigio de Cataluña y de los propios catalanes.

Tampoco se puede decir exactamente que a Mas lo estén desvistiendo ante la hipótesis de investirlo a continuación, porque el president en funciones de la Generalitat catalana hace tiempo que se encuentra en pelotas dándole la vuelta al inicial sentido práctico del catalanismo a cambio de hacer el ridículo de manera reiterada. Precisamente lo contrario de lo que aconsejaba el molt honorable Tarradellas.

Con su inexplicable indignidad, Mas ha batido todos los récords. De producirse nuevamente una circunstancia así o similar, probablemente nadie pueda repetir la deshonrosa genuflexión y el desprecio por lo que representa.

La voluntad y el gobierno de Cataluña depende del voto asambleario de un partido antisistema. Esto es lo que ha logrado Mas al malinterpretar la decisión de las urnas del 27S y obsesionarse con que la hora del secesionismo ha llegado.

Pensando en la ruptura y la liquidación, el president ha liquidado de un plumazo su presente y es posible que su futuro, de igual modo que el de su partido, llevándolo al precipicio. Y hasta los sueños del pueblo condenado a buscar otra salida en unas nuevas elecciones o a seguir el calvario del despropósito y la ineficacia de ser gobernado bajo la tutela de un partido minoritario y radical que tiene como principio de acción montar el pollo. En cierto modo, lo de Mas es lo de menos.