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José María Asencio

Nacionalismo, expresión de insolidaridad

Leo a José Bono en una dura crítica al nacionalismo, que comparto plenamente, a las contradicciones en que incurre cierta izquierda delicuescente que se proclama nacionalista sin meditar las consecuencias de dicha afirmación y sin dar mayor importancia a la imposibilidad de ser una cosa y la contraria. Creo llegado el tiempo de la ironía, de decir las cosas sin esa carga emocional que ponen algunos políticos como adorno histriónico de la nada. Una ironía que sea el contrapunto a la vanidad y la ambición, legítima esta última, pero argumento superior frente al que se debilitan otros cuya virtualidad es irrelevante. Porque, eso, la ambición, constituye la máxima que preside las aspiraciones y deseos de políticos profesionales cuya vida, desde la cuna a la tumba, depende del partido y que nunca han cotizado, ni cotizarán a la Seguridad Social en trabajos fuera de su organización, que dirigen con mano de hierro.

La izquierda tiene valores muy determinados. La libertad, la igualdad y la solidaridad, primando el concepto de persona, individual y colectivamente considerada, sobre cualquier otro y, por supuesto, sobre el frágil y relativo de territorio. La redistribución de la riqueza, que se traduce, por ejemplo, en los impuestos progresivos, es su mejor manifestación. No puede el que más gana pedir recibir lo mismo que aporta, ya que la clave de la solidaridad reside en que quien más posee colabore con el menos favorecido. Un principio básico que la izquierda nacionalista obvia al anteponer el territorio a la persona. España nos roba. Es decir, los parados y pobres de las comunidades menos favorecidas quieren comer y que se lo paguen los más ricos. Qué desfachatez tan reaccionaria. Pobres con derechos, los que hablen catalán. Los demás, simples ladrones. Eso es el progresismo nacionalista.

Porque llegados a esta situación y rechazado el principio general de redistribución de la riqueza y la solidaridad, así como demandado el de libre autodeterminación, si se es demócrata en los absolutos términos que se invocan, por ejemplo, para el referéndum anhelado, habrá que aceptar estas peticiones con todas sus consecuencias. Todos, por lógica democrática elemental, desde tales premisas tan amplias, tienen derecho a autodeterminarse, incluidas las personas y, por supuesto, los diversos entes territoriales aunque la ley no los contemple. La democracia absoluta, como sostienen, es preferente a la ley. Y, naturalmente, todos tienen derecho a recibir lo mismo que aportan. Territorios, personas y entes abstractos. Democracia plena. Qué guay.

Si Cataluña tiene ese derecho, el mismo debe tener cada ciudad rica cuando se trata de financiar a otras más pobres. Y, siendo más demócrata aún y progresista, cada barrio pudiente en relación con otros que solo tienen vecinos que viven en la miseria. O cada calle de ese barrio. Lo justo según los nacionalistas, es lo justo y nadie puede recibir menos de lo que aporta. Tal criterio, profundamente humanista, inevitable en el independentismo que se reclama de izquierdas, debe ser aplicado siempre, no solo a ciertos territorios.

Y llevado al extremo, cualquier ciudadano tiene derecho a recibir al menos lo que paga. Nada de progresividad en los impuestos. Por qué han de serlo cuando los territorios rechazan este criterio tan, parece ser, profundamente franquista, derechoso y anacrónico.

Nada de relatividad o inseguridad. Nada de principios diferentes ante situaciones similares. Nada de argumentos flexibles, relativos y siempre discrecionales. Quiero la democracia plena y reivindico mi derecho a autodeterminarme. No me reconoce este derecho la ley, pero la democracia está por encima de la ley, según dicen. Si Cataluña quiere recibir lo mismo que aporta sin importarle los menos favorecidos y eso les parece bien a quienes representan los valores más puros de la izquierda, yo no quiero ser reaccionario y verme señalado como tal. Me apunto a esta reivindicación y la asumo como propia y exijo a mi Ayuntamiento que haga lo propio con cada barrio. Un tripartito de izquierdas debe ser coherente con las máximas ahora de moda en el progresismo liberador de los pueblos (ricos).

El internacionalismo es una rémora del pasado. La solidaridad, una antigualla. Lo que priva ahora es otra cosa, la diferencia y la libre determinación. Que se fastidie el que no pueda. Porque cada cual debe recibir lo que paga, ni un euro menos.

Por qué Cataluña tiene que ser insolidaria y un barcelonés, solidario con un ciudadano de un pueblo perdido de Lleida o yo, que trabajo y tengo derecho a recibir lo mismo que pago, con un parado. Por qué un madrileño tiene que ser solidario con un cordobés. Salvo que la solidaridad se limite a la misma lengua. Ahí me callo y tomo el argumento por lo que vale.

El nacionalismo es profundamente insolidario, egoísta y trasnochado, pues hunde sus raíces en el liberalismo más radical. Todo lo demás es pura filfa, aunque algunos se conmuevan con lo «suyo», que siempre, curiosamente, se traduce en dinero.

Termino con otra frase de Bono: «Ya da asco tanto orgullo cerril de ser de donde se es, tanta obsesión racista por la genealogía y el origen».

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