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Fernando Ramón

La cultura de los pactos

Los resultados electorales han escenificado una compleja situación política a la que se debe enfrentar la sociedad española. Quizá la más complicada tras la transición hacia la democracia, con una enrevesada aritmética que conduce a la ingobernabilidad si no se alcanza un gran acuerdo a dos o a tres bandas, con un guion que puede tener un desarrollo largo y con suspense y con el agravante de los plazos marcados por un reloj que empieza a marcar sus horas el 13 de enero y que tendrá poco más de dos meses de vigencia para evitar una nueva convocatoria electoral. Nada han ayudado las declaraciones postelectorales estableciendo líneas rojas infranqueables por parte de socialistas (No a Rajoy, no al PP) y de Podemos (El referéndum de autodeterminación de Cataluña es una cuestión innegociable) que con el paso de los días y el devenir de las situaciones pueden resultar escollos insalvables o papel mojado para mayor escarnio del fuego amigo. No es este un país con una cultura de pactos entre opositores difíciles de reconciliar, pese a que seamos ejemplo mundial de una transición que, con sus defectos, supo inculcar a los protagonistas del momento una capacidad de diálogo y un espíritu de renunciar a una parte para obtener algo a cambio que se antoja de difícil repetición. Pero lejos de lamentarnos, debemos enfrentarnos a la coyuntura social con el ejemplo de la solvencia que los hombres y mujeres de este país han mostrado a lo largo de las últimas décadas, anteponiendo los intereses generales a los particulares y partidistas, cediendo todos para que el acuerdo pueda ser aceptable para la inmensa mayoría. Para ello no hay más que inculcar dosis de pragmatismo a un diálogo que contará con muchas voces discordantes y que, como ya ocurrió antaño, no puede acabar con vencedores y vencidos. De eso se trata.

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