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Javier Mondéjar.

Cómo ha cambiado el cuento, Doña Enriqueta

Como abomino de las mayorías absolutas que corrompen absolutamente todo lo que tocan debería estar contento de los resultados electorales, pero -ay, amigos- la alegría nunca es completa, ya que después de las tiranías el segundo sistema más odiado en mi particular escala de valores son los movimientos asamblearios. Me temo que España va a pasar de un poder omnímodo del pepé a una sopa de verduras con algunos ingredientes francamente indigestos o que, en todo caso, armonizan mal con los sofritos tradicionales. Si yo supiera quien va a gobernar haría la competencia a San Malaquías, no creo que ni siquiera Nostradamus en un día lúcido pudiera ver cómo va a ir el futuro de este país dividido en reinos de taifas, pero a mí me da que la Legislatura será cortita cortita y más rara que un perro verde.

Cuando en unas elecciones resulta que ganar es perder y puede darse el caso contrario de que perder sea ganar, las reglas del juego son un poco laxas. Si resulta que conseguir un escaño les cuesta al Pepé y al Psoe casi la mitad que a Ciudadanos y que son baratísimos en el caso de Bildu, pues? Si todas las mentes preclaras habíamos predicho que los nacionalismos nunca más iban a decidir el gobierno de España y resulta que los que quieren irse van a decidir quien manda aquí? En fin, Doña Enriqueta, que el cuento ha cambiado, pero no se sabe aún si Caperucita se comerá al Lobo, si se arrejuntarán o harán un «menage a trois» con la abuelita. O dobles parejas con el leñador.

Así no hay quien gobierne, pero Italia lleva 50 años demostrando que no hace falta un gobierno para que un país siga adelante y en Cataluña hace tres años que nadie toma una decisión y ya ven, tan campantes. En realidad ¿quién quiere un gobierno si uno se puede autogestionar estupendamente? Es más, dado el descrédito de los políticos no sé si convendría que dieran la lata lo menos posible. Sin embargo, y lo apunto de una forma muy cautelosa porque no me fío de la mitad de la cuadrilla y somos padre e hijo, quizá haya llegado el momento de que todos dejen a un lado los egoísmos y se sienten a dialogar pensando menos en su ombligo y más en sus conciudadanos. Si no lo hacen ahora, forzados por las circunstancias, está claro que nunca lo harán.

Hay conclusiones curiosas de las elecciones de ayer. Todos dicen que el bipartidismo ha muerto, y es verdad, pero los dos partidos tradicionales sufriendo como perros y dejándose a jirones pelos en la gatera siguen ahí, razonablemente por encima de los nuevos. Otra curiosa circunstancia son los buenos resultados de Podemos, no tan excelentes como ellos mismos suponían pero muy aceptables, aunque el hecho es que de momento más que un grupo estable son una amalgama de siglas unidas circunstancialmente pero muy diferentes en forma y fondo. Ya veremos lo que pasará cuando toque votar temas sensibles y, haciendo honor a su origen asambleario, se pasen la disciplina de voto por el arco de triunfo.

¿Y Ciudadanos?, pues quizá haya sido la mayor decepción, pero su hundimiento en votos respecto a las encuestas me haga plantearme, a mí que soy malpensado por naturaleza, si el votante de derechas que dudaba entre los dos no habrá pensado en la bofetada a Rajoy cuando se ha metido en el confesionario. Quizá haya lamentado hacerle un feo a Rivera, que es un buen zagal, pero ha concluido que Mariano era mejor para defender sus intereses. En este batiburrillo en el que se ha convertido el Congreso, quien seguramente tiene más las de perder es el que ha ganado y no sería extraño que la sustituta del presidente en el debate a cuatro se convirtiese de rebote en la primera presidenta española. No apostaría mi vida por ello, pero un par de cañas y una marinera no me importaría jugarme.

Y no es extraño que Alicante y la Comunidad Valenciana que fueron feudo y granero de votos del PP, ya no lo sean tanto, y que Compromís-Podemos hayan arrancado las pegatinas del PSOE por la izquierda. Ah, ¿y del Senado?, pues como dice mi hijo debe ser una cosa moderna porque en «La Guerra de las Galaxias» hay uno. Aquí también, en una galaxia muy muy muy lejana que no se ve ni con el telescopio espacial.

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