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Bartolomé Pérez Gálvez

Profesión de riesgo

Supongo que hoy nos jugamos el futuro del país, en unas elecciones que a muy pocos dejarán indiferentes. Cuando menos, asistiremos a una jornada catártica en la que se liberarán muchas emociones contenidas. A unos les moverá la revancha y a otros la esperanza. Vaya, que daremos rienda suelta, en formato electoral, a la mala leche que llevamos acumulada. Sin ninguna intención de orientar el sentido de su voto, permítanme exponerles ciertas curiosidades relacionadas con el resultado de los comicios. Aviso: cuidado con su papeleta por si, a la larga, trae mal fario a los candidatos que ha elegido. Paso a explicarles esta posibilidad científicamente contrastada.

En su edición del último lunes, el British Medical Journal (BMJ) publicaba dos interesantes artículos que analizaban el riesgo de mortalidad entre los políticos. Nada que ver con muertes violentas sino con el finiquito por enfermedad común. Por una parte, se valoraba la esperanza de vida entre quienes eran elegidos presidentes de un gobierno y, por otra, entre los parlamentarios. La noticia no ha despertado mucho interés en los medios, posiblemente más atentos a los insípidos debates de campaña o a las reiterativas encuestas. Sin embargo, no deja de ser llamativa la coincidencia en el tiempo con nuestro proceso electoral. No digo yo que los resultados de estos estudios influyan en el voto del español medio, pero son factores a considerar.

Distintas investigaciones han demostrado la asociación existente entre el éxito social y una mayor esperanza de vida. Y, qué duda cabe, salir victorioso de una contienda electoral conlleva este reconocimiento en la sociedad. Las elecciones parecen generar ciertos riesgos para la vida de algunos políticos mientras que, para otros, los resultados conceden una dosis extra de años por vivir. No es una broma. Cuando la información procede de una de las revistas médicas de mayor prestigio internacional, hay razones para tomar en serio estas conclusiones.

Existen antecedentes que analizan esta relación entre alcanzar la gloria y la mayor o menor mortalidad asociada. A veces es favorable; otras, no tanto. Un caso curioso es el relacionado con el mundo del cine. Los actores ganadores de un Óscar reducen en un 30% su riesgo de muerte, si se les compara con los nominados que no son premiados por la Academia. Es más, si repiten estatuilla, aún viven más años. Ahí tienen el ejemplo de Katharine Hepburn, la reina de los Óscars con sus cuatro premios, fallecida a los 96 años de edad. Curiosamente, entre los guionistas se observa una tendencia inversa: a más premios, menos años de vida. No me pregunten la razón porque, como en otras tantas ocasiones, los números son así de fríos.

Otras formas de alcanzar el éxito social no son tan peligrosas. Es de agradecer que el reconocimiento público a la sabiduría se asocie a una mayor supervivencia. La concesión de un premio Nobel parece inyectar años de vida a quien lo recibe. En este caso, el millón de dólares que acompaña a la preciada medalla puede tener algo que ver con el incremento de la longevidad de los galardonados, dos años más respecto a los que solo fueron nominados. O al menos eso concluyen Matthew Rablen y Andrew Oswald, dos de los más destacados expertos en analizar esta singular relación entre el prestigio social y la duración de la vida.

¿Y en la política? Pues sucede algo similar al cine, que éste no deja de ser también un mundillo de farándula e historias inventadas. Todo indica que obtener el premio más codiciado, la presidencia de un país, acaba siendo un mal negocio para la salud. Al menos eso afirman los resultados de un estudio realizado conjuntamente por las universidades de Harvard y Case Western Reserve. Los autores de este estudio, que publica el BMJ, compararon la diferencia entre la edad de fallecimiento real y la esperada en una muestra de 540 candidatos a la presidencia de 17 países, incluyendo el nuestro. Las conclusiones asociaron claramente la victoria electoral con una muerte prematura. Quienes lograron la presidencia fallecieron tres años más jóvenes que sus rivales. En fin, supongo que será el resultado de un pacto con el Diablo. Y es que para llegar a La Moncloa hay que entregar la vida a cambio. Al menos parte de ella, que tampoco es mucho lo que se pierde por tan codiciado trofeo.

Así pues, parece que la política desgasta. Otra cosa es que cada uno acepte el riesgo que conlleva alcanzar el objetivo, pero no todo es tan negativo. Les comentaba que el BMJ publicaba dos artículos relacionados entre si y el que analiza la expectativa de vida de los diputados ofrece resultados bien distintos. Aquí también hay una de cal y otra de arena.

Si llegar a ser presidente acaba siendo un tanto arriesgado, conseguir un escaño parlamentario es otra cuestión. Esta sí que parece ser una buena inversión en términos de salud. Así se percibe en la investigación a la que me refería, realizada en las dos cámaras legislativas del Reino Unido. Tanto los lores británicos como los representantes de los comunes viven más años que el ciudadano medio. Ser parlamentario en el Reino Unido -y, por analogía, imagino que en cualquier democracia comparable- disminuye la mortalidad relativa hasta en un 40%. Y la reincidencia aún aleja más a la parca, que el riesgo desciende cuantos más años se ocupe el escaño. Ya ven, hemos estado confundidos creyendo que los diputados y senadores que se aferraban al sillón, sin pretensión de jubilarse, se mantenían por protagonismo o por dinero. Pues no, lo hacían en un intento de prolongar su existencia.

Ahí les dejo esas conclusiones fruto de exhaustivos análisis científicos. La política es una profesión de alto riesgo. Así que recuerden: si gana su candidato, la estadística indica que vivirá menos años. Piénsenlo muy bien antes de elegir a quien le recortan la vida.

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