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Javier Mondéjar.

La ha «liao Parra»

Como dice mi sobrino Raúl en su particular interpretación de los refranes: «la ha liao parra». Claro que Raúl no conoce a Pavón, que si lo conociera sabría que la frase la acuñaron especialmente para él, especialista en meterse en todos los charcos y, si no llueve, regar para que aparezcan. Cualquiera que me conozca sabe que no soy nada, pero que nada, de terracitas, de las que huyo como puedo, si bien muchas veces no es posible por eso de la solidaridad con los amigos/as fumadores, que no son capaces de llevarse un tenedor a la boca si al mismo tiempo no manejan un cigarrillo con la mano libre. Pero que sea firme enemigo en modo usuario de las terrazas no quita para que Pavón se haya metido en un lío gigantesco creando problemas de la nada y, cosas del personaje, provocando simultáneamente el enfado de los residentes y de los restauradores, que ya es mérito.

Nadie puede discutir a estas alturas de la película que los veladores crean molestias a los vecinos y a los simples paseantes. No es menos cierto que los ayuntamientos descubrieron hace tiempo la gallina de los huevos de oro con las terrazas porque podían privatizar al mismo tiempo el espacio público, el sol y el aire, cobrando una pasta gansa a los bares por lo que pertenece a todos (y no sólo a los bares, digo yo). Y también es verdad que una ciudad como Alicante que vive de los paseantes -tampoco hay muchas atracciones digamos bajo cubierta- tiene en las temperaturas y en el sol su máximo (¿único?) valor.

Con todo ello no parece fácil compatibilizar los usos turísticos, vocingleros y molestos por definición, con los residentes en unas viviendas en el centro a las que ya no les faltaba más que esto para dejar las llaves en la puerta y huir a Tombuctú. Hasta ahora había sido Pepe Lassaletta el personaje más odiado por la peatonalización de Castaños y adyacentes, que dejó a los vecinos sin acceso fácil a sus viviendas, con lo cual es asaz divertido venir del pryca con el carro lleno, dejar el coche a cuatro manzanas y empezar el porteo tal que los morenos que acompañaban a los exploradores o los sherpas que llevan a los alpinistas hasta el Everest. Si tienes 80 años, mejor te dejas morir de hambre, no merece la pena tanto acarreo.

Pavón ha tomado el relevo de Lassaletta como PVP (Peor Valorado Político) por herir la sensibilidad de los restauradores no solucionando los problemas de los vecinos y encima dando muestras de un despotismo cercano a la amenaza y a la chulería que no le hace ningún bien. Ni le hacía falta, creo yo. No digo que sea fácil contentar a todos y evidentemente conciliar usos turísticos, festivos y residenciales es prácticamente imposible; no hay más que ver la que se lía en Hogueras y todos aguantamos, mal que bien, porque son más numerosos los que disfrutan de ese asalto a las calles durante una semana que los que lo ven como una agresión, que también los hay.

No siendo fácil, los mandatarios no están para hacer ver que mandan mucho sino para resolver problemas pegando el menor número posible de patadas en las espinillas. Me recuerda los «Círculos Viciosos» de La Mandrágora del llorado Krahe y de Sabina: «¿Por qué está de jefe?/Porque va a caballo/¿Por qué va a caballo?/Porque no se baja./¿Por qué no se baja?/Porque vale mucho./¿Y cómo lo sabe?/Porque está muy claro./¿Por qué está tan claro?/Porque está de jefe». Eso mismo fue, lo que yo me pregunté, Raúl, pero optó por «liarla parra».

Seguramente lo que le gusta es eso: que todos sepan que es capaz de liarla parra y que es el vicealcalde que más rápido tira de pistola en forma de decreto y si no te gusta te mando a los municipales a que te cierren el chiringuito. O quizá simplemente es un cálculo aritmético: como los votantes del centro optan por otras alternativas, me da igual lo que opinen. Y pensando eso es sencillo concluir que ese ademán justiciero le produce una íntima satisfacción a la par que el apoyo de sus bases.

Yo diría que no se ha dado cuenta de la diferencia que hay entre estar en el poder o en la oposición o, sencillamente, que está al mismo tiempo en ambos lados de la mesa. Así acabó el Dr. Jekyll convertido en Mr. Hyde.

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