Acudo a otra alegre y tradicional cena de Navidad, y el ambiente es optimista y distendido, y las charlas animadas y repetidas sobre qué vas a hacer estos días, y con quien pasas Nochebuena y Navidad, y que tal la Nochevieja, o cuéntame ese viaje que preparas, y dime como van tus hijos, y así sigue la velada, y el baile, y la fiesta, y los besos y despedidas, y los ¡Feliz Navidad!

Y vuelvo a casa, pensando en las razones religiosas o de otra índole que nos hacen creer que en estas fechas podemos ser mas buenos y felices, más honestos e íntegros, más comprometidos y familiares, mas reflexivos e intencionados en buenos propósitos de mejora personal, social, emocional y espiritual.

Y pienso también en la importancia de las costumbres y los símbolos, que representan ideas y sensaciones, vinculadas a una convención aceptada a nivel social, que nos unen, guían y encaminan, y que parece razonable elegir alegorías que nos sientan bien, y que la simbología de la Navidad, con su tradición y ritos, puede despertar nuestros mejores sentimientos.

Por otro lado, pocas cosas estrechan más los lazos en una comunidad que las usanzas y tradiciones, pues dan identidad a una sociedad y son expresión de su cultura y aunque puedan con el tiempo adaptarse al mismo y sus matices, reflexionar sobre ellas, para conservarlas y trasmitirlas, nos enriquece y da sentido de pertenencia.

Y es la Navidad una época del año que nos puede traer bonitos o tristes recuerdos, con ritos y conductas de pretendido obligado cumplimiento, pero una etapa especial y significada, que nos recuerda otras de nuestra vida, de nostalgia o de alegría, de afectos o desencuentros, de fiesta alegre o de pesar.

Pero, de verdad, ¿Cambia algo en la Navidad? ¿Somos mas buenos, mas desinteresados y con mayor preocupación social?

Prefiero pensar que si, y que el espíritu navideño quede impregnado en cada uno, con esa intención emocional de ser cada día mejor persona, mas honrado, mas integro, mas decidido y atento en la ayuda a los demás, mas en la idea de la paz, del amor y de la buena voluntad.

Me acuesto mirando el reloj, y me digo que mañana será otro día y me gustaría hacer deporte y leer y escribir un poco, cuando me recuerdan que mañana tenemos, por la noche, y no podemos faltar, ya sabes, otra tradicional y clásica cena de Navidad.