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Había una vez un circo

¡El espectáculo debe continuar?! Grita el jefe de pista, animando a la concurrencia a seguir la diversión. El león se comió al domador pero el espectáculo es sagrado y el respetable, sacrosanto.

Los leones de la democracia nos comieron hace tiempo, nada más poner un pie en la pista y nos seguirán comiendo por una pierna si la cordura no lo remedia. El debate, o sea.

Estamos condenados cada cuatro años a ser convidados de piedra en este circo macabro. El espectáculo debe continuar y dócilmente asistimos a él y depositamos nuestra credulidad en una urna.

Este año el debate era un «ménage à quatre» con mucho aparato mediático, mucha puesta en escena, mucha cuenta atrás. La expectación creada por esa máquina de hacer churros, indocumentados y audiencia que es la tele, estaba servida. Daban por supuesto nuestro obsceno boyeurismo metiendo hasta una cámara en el coche que llevaba a los candidatos al circo. Y los candidatos, a cuerpo gentil, comenzaron a perororar y a contarnos los cuentos de Calleja que nos meten con calzador cada cuatro años, milongas, consejas de la vieja. Y lo hacen con tanto ímpetu, con tanta convicción, que el respetable cree otra vez que le van a arreglar eso de vivir en la cola del paro, eso de meter la cabeza en un cubo de basura, eso de pillar un curro digno.

Sí. Somos crédulos. Cada cuatro años reverdece nuestra inocencia y volvemos a caer en la engañifa. Esta sesión de circo, tiene novedades. Partidos emergentes que pueden ilusionar del mismo modo que ilusionaban las primeras votaciones cuando el sátrapa la dobló. «Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo» y en este plan. Pero ha sido tanto el engaño, tanto el castigo, tanta la mezquindad que uno viene a languidecer de escepticismo cada vez que saca la entrada para el espectáculo.

Dos grandes ausencias ocuparon el debate. La del presidente del gobierno que creyó más oportuno irse a Doñana a dar de comer a las grullas y ver su propio desastre por la tele e izquierda unida a la que ya hacía mucho tiempo que no le ponían cuernos y rabo.

Al final todo se reduce a lo de siempre. Palabras hueras, humo de pajas e intentar convencer al público de que el malo es el otro. Mira que la Gurtel? Pues anda que los eres? y lo de Bárcenas? no, Bárcenas no, Monedero, ese sí que?y el espectro de don Ramón María del Valle-Inclán que no hace su aparición aferrado a un espejo deformante del Callejón del Gato porque se da cuenta de que el espejo deformante no le hace falta alguna.

El poder envilece, corrompe, destruye, pisotea las flores del bien y del mal y burla burlando, acaba por sacarnos la lengua, por no decir, dándonos por donde empiezan los cestos. Miren, yo ya me he cansado. Este país necesita un revulsivo. De entre las corbatas, las sonrisas blanco nuclear, el traje de señora bien, el maquillaje untuoso, las cobardes y malintencionadas y estrepitosas ausencias y el vodevil sin gracia, me quedo con el boli Bic que enarbolaba Pablo Iglesias. Un artilugio tan sencillo puede servir para reescribir la Historia o, al menos, para dejar por escrito, con buena caligrafía, que la democracia «no era esto, no era esto?». Espero que con una buena resma de papel «puedan», porque si no, el más negro escepticismo será la tumba de todos.

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