Lo dijo Sara Escudero apenas salió al escenario del Teatro Arniches a ejecutar su monólogo No despiertes a la rana, en fechas recientes: «Ya me han dicho que el público de Alicante es muy duro, así como una pared, pero vamos a tratar de levantar esto como sea». Como es lógico, llegué a dudar si la cita estaba prevista en el guión, si Escudero emplea los recursos en distintos lugares como parte del espectáculo para ganarse al respetable, así es que al finalizar la función no dudé en preguntarle en privado, en los camerinos, donde me lo ratificó. Nada de frase hecha. Nada de chiste fácil. Es verdad que sus compañeros le habían advertido que el público alicantino era dificilísimo, que le costaba exteriorizar sus emociones, y que a priori resultaba escasamente participativo. Aunque al final, sólo al final, si la función había sabido bien, el respetable se iba esponjando, entrando en vereda. Con sus cautelas y sus precauciones.
Para curarse en salud, Sara pidió al técnico de sala que las luces estuviesen medio encendidas durante la sesión, para poder ver los rostros del auditorio, y también es cierto que las personas a las que solicitó ayuda a lo largo del monólogo arrojaron un elocuente test sobre la amalgama que reúne un recinto alicantino: uno era uruguayo, otro oriolano, otro madrileño. Es decir, que eso que llamamos el público de Alicante, de tan variopinto, a estas alturas del partido, es un ente indefinible. Al que la cómica abulense supo conquistar con arte.
Por lo demás, Sara Escudero estuvo brillante. Cuando en tercero de Medicina decidió abandonar la carrera, es cierto que perdimos una doctora seguramente entrañable y concienzuda, pero a cambio ganamos una comunicadora de las que es capaz de poner en pie a una grada. La disfrutamos cada tarde en Zapeando, pero en vivo y en directo es todavía mucho mejor. Rápida, ocurrente y locuaz. Todo un portento.
