Argentina firmó ayer una apuesta por el cambio. Parece un cliché sacado de la propaganda del ahora nuevo presidente de la República, Mauricio Macri, pero la gente así lo decidió, por el 51,40% de los votos frente al cercano 48,60% del oficialista Daniel Scioli. Una victoria ajustada en el primer balotage que celebró el país en su historia.

Argentina culminó así su renovación al frente del Gobierno de la Nación. España entra ya de lleno en la campaña electoral. Me he cansado de escuchar que estos dos países tiene una relación íntima, de hermandad. Los argentinos somos los inmigrantes latinoamericanos privilegiados en España, en Alicante, nos ven casi como a iguales. Por ello, creo que de todas las conclusiones que se pueden analizar hoy de la victoria de Macri a España le interesa una: el voto al cambio. Muchos, y me incluyo, no sabían por quien decantarse ayer ante las urnas. En el fondo había diferencias, pero no tan grandes.

Es mentira que Argentina esté peor que cuando los Kirchner llegaron a la Casa Rosada. Es mentira que en una década se haya dilapidado el país y ni una de las medidas haya servido para el progreso de la Nación. Pero también es mentira que que la inflación no existe, que la inseguridad ciudadana "es una sensación" -como llegó a decir en ese momento el jefe de Gabinete de la presidenta-, y que en Alemania hay más pobres que en Argentina.

Scioli, al igual que aquí los partidos tradicionalistas, eligió construir su campaña desde el miedo al cambio. Instauró la idea -desde la primera a la segunda vuelta- que con Macri volvería la década de los ´90, dominada por políticas neoliberales que acabaron en el desastre del corralito de 2001. La calle se negó a aceptar es mensaje, como demostraron ayer los resultados. La perpetuidad en el poder es quizás el peor de los males para la política, para la democracia. Muchos no votaron a Macri, votaron en contra de Cristina y, en consecuencia, en contra de Sicioli, de seguir con el modelo, con el relato.

El cambio era inevitable, la intensidad era lo discutible, como decían ayer los periódicos en España. Ahora las palabras quedan aparcadas y es el momento de los hechos. Y, el primero de ellos debe ser dejar de contemplar un país en término de "o están con nosotros o en contra de nosotros". Estamos a 12.000 km de distancia pero las lecciones de ayer bien le valen a España hoy.