Apenas quedan cuatro semanas para un más que probable vuelco electoral. Por mucho que los agoreros defiendan que nada va a cambiar, todo apunta a que asistiremos a un momento histórico. Nunca antes, en la historia reciente de la democracia española, estuvo tan abierta la batalla electoral. Lo que resulta evidente es que ni PP ni PSOE se irán de rositas la noche del 20-D. De confirmarse la actual tendencia demoscópica, el Partido Popular volverá a ser el más votado, pero perdiendo un tercio de los apoyos recibidos hace cuatro años. Ahora bien, una cosa es obtener el mayor número de votos y escaños y otra, muy distinta, saborear una dulce victoria. Esta vez será amarga, tan amarga que costará tragar. Seguro.

El triunfalismo de populares y socialistas empieza a rozar la arrogancia. A saber si van de farol o, aún peor, no se enteran. Ambos partidos parecen despreciar la posibilidad de que, en este último sprint de la campaña, Ciudadanos meta cabeza en esa competición por la medalla de oro que solo disputan entre ellos dos. Una postura tan equivocada como la de ningunear a Podemos que, aunque vaya desfondándose, acabará constituyendo un grupo parlamentario de considerable tamaño. Por más que varíen los resultados finales respecto a los previsibles, la realidad es que ambas formaciones llegarán a duplicar, o incluso triplicar, el número de escaños que habitualmente obtenían el tercer y cuarto partido con más representación en las Cortes Generales. No es ninguna minucia que cada uno acabe cosechando cerca del 20% de los votos.

La visión de los dos clásicos -que ya no mayoritarios- es excesivamente cortoplacista. La historia del cambio no concluye el 20-D sino que comenzará a partir de esa noche. Con un apoyo electoral inferior al 40% de los votos siempre ha hecho falta pedir ayuda a un tercero. Y en esta contienda los populares únicamente aspiran a superar ligeramente el 30%. Los datos más recientes les sitúan en niveles que les remontan a 1989, un retroceso impensable hace solo cuatro años. Desde la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que preside José María Aznar, les han avisado en reiteradas ocasiones de la que se les venía encima. En mayo recibieron el primer toque de atención, algo que molestó profundamente al sanedrín popular. En el último número de su revista «Cuadernos de Pensamiento Político» han vuelto a recordarles la debacle que les espera. Misión imposible porque ni se inmutan.

En el PSOE, Pedro Sánchez no consigue sacar adelante a un partido que todavía presenta peor tendencia que el PP. Si tenemos en cuenta sus propias encuestas, los socialistas solo alcanzarían el 26% de los votos. Este sería el escenario más favorable puesto que todos los demás sondeos coinciden en no otorgarles más allá del 21%. De un modo u otro, serían los peores resultados cosechados hasta el momento por los socialistas españoles. Y, en este caso, notando en la nuca el aliento de los Rivera y compañía que les superan en algunas encuestas. A fuerza de negar la mayor, intentan convencer al resto de los mortales deunas cuentas que no salen, ni siquiera con sus propios números.

A la vista de la situación, probablemente Rajoy gane -lo de Sánchez es una quimera- pero aunque logre continuar al frente del Ejecutivo su capacidad de gobernar no irá más lejos de la que pueda tener Mas en Cataluña. Depender de una minoría nacionalista, como en su día le ocurrió a Suárez, González o Aznar, obliga a un constante ejercicio de diplomacia y delicados equilibrios. Un nivel de complicación que se dispara cuando tu socio tiene medio centenar de diputados e intereses en todo el país. Aquí no valen las concesiones territoriales sino ceder poder en todos los niveles de decisión. Y mantener a la tropa en estas condiciones se prevé harto difícil.

Con todo, la cuestión principal no radica en quién gobernará tras las próximas elecciones generales ni cómo podrá hacerlo. Uno de los novios ya tiene nombre, Ciudadanos, y el otro saldrá de quien obtenga la victoria en las urnas. Dudo que haya mucho más que rascar. El problema real vendrá después, a la hora de posicionarse de cara a un futuro a medio plazo. En ese terreno, el de los movimientos estratégicos, Pablo Iglesias y Albert Rivera han dado muestras de manejarse con mayor habilidad que Rajoy y Sánchez.

A estas alturas, el PSOE y el PP han dejado de ser referentes ideológicos. Es evidente que el voto de izquierdas ya no puede identificarse con apoyar en las urnas a los socialistas. Y el centro izquierda que aún recala por ese partido huye ante un posible pacto con Podemos. De igual modo, el centro moderado hace años que se desvinculó de las siglas populares, y a éstas solo le queda la derecha -por cierto, minoritaria en este país- como refugio. En este contexto, el 20-D dará comienzo una nueva etapa en la política española. Quizás no se trate realmente del fin del bipartidismo sino del inicio del recambio.

Reconozco que se hace imposible concebir el escenario político sin PP y PSOE a la cabeza, pero hubo un tiempo en que tampoco era imaginable que desapareciera la UCD de Suárez. O el PCE de Santiago Carrillo. O, más recientemente, Unió Democrática de Catalunya con Durán i Lleida al timón. En todos estos casos hubo un partido «receptor», cuando no varios, de su electorado. Y, ya saben, la historia tiende a repetirse.

Esta vez dudo que los clásicos -insisto, ya no tan mayoritarios- recurran al consabido discurso del voto útil. Ahí tienen una de las grandes diferencias ante la presencia de partidos emergentes, respecto a situaciones anteriores. Hoy el peligro no procede de dos formaciones sin base electoral consolidada, sino todo lo contrario. Situarse en la franja 15-20% otorga a Ciudadanos y Podemos una garantía de solidez de la que solo han disfrutado, hasta la fecha, socialistas y populares.

Y, llegado este punto, uno se pregunta dónde está el voto útil el próximo 20-D. Despojados de sus caretas, Ciudadanos se presenta como un partido de tendencia centrista -evidentemente más que el PP- y con una mantenida evolución al alza. Por su parte, Podemos ha conseguido unificar distintas corrientes de izquierdas, dejando en la cuneta a históricos como Izquierda Unida y obligando a que otros, como Compromís, bailen al son que ellos tocan. Los emergentes suben, mientras PP y PSOE se mantienen en caída libre y con ideología a la deriva. Con esta coyuntura parece evidente que el voto útil sigue existiendo, aunque ya no se circunscriba a los intereses de populares y socialistas.

Acepto que los dos nuevos protagonistas aún están carentes de una estructura afianzada pero cuatro años dan para mucho. Cuestión de planificar y esperar un poco más porque, en España, también puede aparecer un Justin Trudeau. Ojalá.