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Juan R. Gil

Vía muerta

l informe del Instituto de Estudios Alicantinos (INECA) que hoy comenzamos a desgranar en las páginas de Economía de INFORMACIÓN, realizado por expertos de la Universidad de Alicante, pone negro sobre blanco que la crisis ha golpeado esta provincia de forma mucho más intensa que la media nacional y que las otras dos que conforman esta Comunidad; que no fuimos capaces de aprovechar los tiempos de bonanza para protegernos frente a la recesión que seguro había de llegar; que destruimos nuestro tejido productivo, depredamos nuestro territorio y esquilmamos nuestros recursos. Eso, unido a una severa infrafinanciación, tanto en los fondos que proceden de Madrid como en los que reparte Valencia, infrafinanciación que hace lustros que viene denunciando este periódico, ha hecho que, como sostienen los autores del estudio, Alicante haya pasado, de ser tierra de oportunidades, a estar entre las regiones pobres: salarios, productividad, competitividad, depósitos, tamaño de las empresas, incluso valor de las exportaciones... todo está en Alicante muy por debajo de la media nacional y autonómica. Hay un dato estremecedor: ganamos en analfabetos.

Esa es la radiografía de Alicante a día de hoy. Una situación que conlleva otras: deterioro extremo de las instituciones representativas, de la función política y de los agentes claves para el desarrollo y la articulación de la convivencia. La crisis económica es también una crisis política, social, incluso moral.

Siempre hemos vivido los momentos buenos como nuevos ricos. Y los malos, con grandes dosis de frivolidad. «Ya escampará», es una frase que deberíamos haber esculpido hace tiempo en las fachadas de todos los edificios públicos y de todas las sedes empresariales de esta provincia. Desgraciadamente, todo indica que esta vez va a tardar mucho en escampar, cuando los demás ya han encontrado un hueco al sol, y encima la tormenta que se ha quedado parada sobre nuestras cabezas nos pilla calados hasta los huesos. Llueve sobre mojado, y en esta tierra de inundaciones sabemos bien lo malo que es eso. De no ser por el turismo y la hostelería, dos sectores por cierto tradicionalmente maltratados por las administraciones, Cáritas no daría abasto en esta provincia.

Coser la Comunidad. Al actual president de la Generalitat, Ximo Puig, hay que reconocerle que ya en la campaña electoral fue el único candidato que puso sobre la mesa un plan específico para Alicante y mostró una preocupación por el encaje de esta provincia en la Comunidad que otros no parecían tener. Pero en honor a la verdad también hay que decir que, de momento, son más las torpezas cometidas por el Consell en su trato a Alicante que las acciones saldadas en positivo. Puig definió un eje -delimitado por la OAMI, la Ciudad de la Luz y la Casa del Mediterráneo- como base sobre la que resituar Alicante en el mapa como ciudad -y provincia- proyectada al exterior a través del complejo cinematográfico y de las instituciones citadas. No hay duda alguna de que se está volcando en el intento de salvar el muerto que heredó con la Ciudad de la Luz, ha entablado unas relaciones intensas y cordiales con la oficina europea y no le queda otra que esperar cambios en el Gobierno que le permitan relanzar Casa del Mediterráneo. Pero los presupuestos de la Generalitat han vuelto a machacar a esta provincia, justo cuando más ayuda necesita; el discurso de muchos de sus consellers demuestra que no tienen ni idea de lo que aquí ocurre, de lo que se necesita o lo que se piensa; y la lucha por controlar la Diputación de Alicante, además de perjudicar a esta provincia, sólo está llevando a dos fenómenos negativos para la auténtica vertebración que el jefe del Consell dice perseguir: fomenta el cantonalismo y eleva a la categoría cuasi de estadista al presidente de la Corporación Provincial, César Sánchez, que está demostrando saber sacar petróleo de los errores del Consell y al que le ha venido de perlas medirse con un president de la Generalitat para que no se repare en la guerra soterrada que libra con el presidente del PP, José Císcar.

Todas esas tensiones se han exacerbado esta semana como no ocurría desde hacía mucho tiempo. Al desmoronamiento definitivo de la patronal Coepa -en preconcurso de acreedores- y la lenta muerte por asfixia de la Institución Ferial Alicantina (IFA) -ahogada por la mala gestión de sus responsables, por la increíble dejadez de los empresarios que ahora se rasgan las vestiduras como si alguna vez les hubiera importado un comino y por la incuria a la que la ha sometido desde tiempos de Camps la Generalitat-; a todo ello, digo, se han sumado dos encuentros políticos que, siendo protagonizados por actores de signo contrario y movidos por intereses opuestos, han acabado de la misma forma: propinando un puñetazo en la boca del estómago al gobierno de Puig. Me refiero, claro, al desayuno que protagonizó Echávarri en Valencia el lunes y a la presentación del proyecto de Zona Franca que César Sánchez celebró el jueves en Alicante.

Temor antes que respeto. El alcalde de Alicante remeda a Maquiavelo todo lo que puede. Quiere que le teman, no que le respeten. Y en función de ese temor, dada la agresividad con la que suele conducirse y el sectarismo que ha impuesto en las relaciones entre la Alcaldía y el resto de la sociedad, es como hay que contabilizar a los asistentes a su cita. Quiero decir que, a salón lleno (aunque sobre todo de alicantinos, a los valencianos en general sigue sin importarles lo que Alicante tenga que decir), entre el aforo no había ni expectación por lo que se dijera ni ilusión porque fuera a esbozarse proyecto alguno: lo que había era miedo a que pasaran lista. Fue un discurso contundente el de Echávarri, bien armado y preparado, pero un discurso poco inteligente, porque se limitó al grito y al lamento, sin buscar complicidades, y a la hora de las concreciones navegó entre lugares comunes.

El presidente de la Diputación, por su parte, transigió con que una iniciativa con la que lleva desde el primer día poniendo en apuros al Consell, la de la creación de una zona franca en el puerto, se convirtiera en su puesta de largo en poco más que un acto preelectoral del PP, devaluándose. Probablemente, a Sánchez no le ha quedado más remedio, ante el riesgo de que, de otra forma, los cargos de su partido que todavía controla José Císcar le hicieran el estruendoso vacío que ya le han hecho en otras ocasiones igualmente importantes para él, pero el caso es que aquello acabó siendo un catálogo de excesos -¡84.000 puestos de trabajo va a crear la Zona Franca en cuanto que se instale!- como el que siempre se produce en los mítines. Excesos y contradicciones, porque la declaración de Zona Franca la debe hacer el Gobierno central y allí había un ministro, recién nombrado candidato del PP por Alicante, que al respecto se hizo el sueco.

En cualquier caso, desde distintas troneras, Echávarri y Sánchez echaron gasolina al fuego del enfrentamiento entre Valencia y Alicante, sabedores de que eso siempre ha reportado beneficios en el sur. Pero no es el beneficio de ellos en sus particulares luchas por sobrevivir en sus partidos lo que a los ciudadanos les interesa. No es excitando ánimos con demagogia como vamos a salir del pozo, justo cuando más profundo es. Tampoco la respuesta de Puig ante tanto ataque sirve de mucho. Puede ser valiente hablar de «bicapitalidad», pero esa oportunidad se perdió con el primer Estatut y ahora ya no cabe darle vueltas. ¿Van a trasladarse las Cortes aquí? ¿El Tribunal Superior de Justicia? ¿La sindicatura de Cuentas? ¿Alguna conselleria tal vez? No, ¿verdad? Pues eso.

Echávarri pregona que va a hacer de Alicante una verdadera capital (ese eslogan lo inventó Alperi) de la que nadie tenga sospecha ni queja, pero su mejor proyecto para la ciudad es un paseo desmontable (mis felicitaciones a Agustín Grau, responsable del Patronato de Turismo municipal, que ha conseguido venderle el mismo paseo a tres alcaldes -Castedo, Valor y ahora Echávarri- y que los tres se lo compren, aunque dos no lo iniciaron y el actual tampoco lo terminará) y su objetivo no es destruir el perverso sistema clientelar que montó el PP, sino sustituirlo por el suyo propio.

Estancados. Sánchez habla de una Diputación moderna y exige una ley que garantice una financiación justa de esta provincia en los presupuestos de la Generalitat. Pero más allá de sus palabras, de momento la Corporación Provincial está parada, mantiene los mismos procedimientos nepotistas y arbitrarios que tanto han perjudicado en el pasado su imagen y se dedica a repartir fondos a cambio de fotos.

Y Ximo Puig habla de «bicapitalidad», pero no encontró en Alicante ningún socialista digno de ser conseller; no pudo siquiera cumplir su promesa de que la conselleria de Turismo se instalaría en Benidorm, su gobierno no ha tenido tiempo aún de hacer el gesto de reunirse una sola vez aquí y seguimos siendo los marginados en los nuevos presupuestos.

Así que déjense de postureos y espabilen. Porque tanto choque de trenes -Echávarri, Sánchez, Puig-, no sirve para nada. Ni siquiera para hacer descarrilar a Alicante. No se puede: hace años que está en vía muerta.

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