El pasado lunes, tras los atentados terroristas en París (que contribuyeron a visibilizar también otros en otras partes del mundo que parece que no nos importen tanto en Europa), era inevitable debatir sobre ello en mis clases de Derecho Constitucional. Los análisis que habíamos podido leer y escuchar a través de los medios de comunicación obviaban una perspectiva que, por situarse en la base de todos ellos, no sólo permanece invisible sino que, incluso, es puesta en cuestión y/o menospreciada si se menciona. Me refiero a la perspectiva feminista que sostiene que la violencia es masculina.

Más allá de concepciones occidentales u orientales o cosmovisiones diferentes sobre cómo habría de articularse la convivencia, parece aceptada la idea de que el clima de terror que vivimos tiene una innegable base económica compleja. Es algo indiscutible y compartido que el capitalismo, especialmente en su fase actual de desarrollo, es la estructura que favorece, reproduce e incrementa las desiguales relaciones de poder en función del control de los recursos susceptibles de mercantilizarse. Nadie se atrevería a cuestionar que quienes más tienen están en condiciones de imponerse a quienes tienen menos o no tienen nada, ejerciendo así el control. Los numerosos informes sobre los índices de pobreza no son contradichos. Y, sin embargo, a pesar de que las estadísticas mundiales revelan las posiciones desiguales de poder que ocupan mujeres y hombres, éstas siempre son cuestionadas. Estudiar las relaciones de poder sirve de poco si se niega o no se tiene en cuenta una de las estructuras de opresión más antiguas pero contemporánea y común en todo el planeta: el patriarcado (o patriarcalismo, que hay quien así lo denomina). Y rara vez se incorpora esta perspectiva de forma integrada en cualquier análisis de la realidad.

Ante esta escalada de terror al que se responde con más violencia y represión, afirmar que la violencia es masculina no es algo secundario. Eso no equivale a decir que sean los hombres exclusivamente quienes la practican, excluyendo así a las mujeres en una suerte de esencialismo que, por supuesto, no existe. Pero la violencia y sus prácticas se configuran por el sistema patriarcal como un «deber ser» de la masculinidad genérica y, en yuxtaposición, como algo que no deben practicar las mujeres. Igualarnos no puede consistir en compartir algo como la práctica de la violencia que, se mire por donde se mire, sólo acarrea dolor y es incompatible con la vida y la dignidad humana. Despatriarcalizar la sociedad o, lo que es lo mismo, feminizar el mundo, conlleva erradicar la violencia, con todas sus prácticas y manifestaciones. Ya ven lo peligroso que es el feminismo... para quienes se lucran y obtienen beneficios, en cualquier forma, con las violencias.

(Este miércoles 25 de noviembre es el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres. La Plataforma Feminista de Alicante invita a la ciudadanía a la concentración que con este motivo se realizará en la Plaça de la Muntanyeta a las 19 horas)