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París

Familiares y amigos se estrujan lo que pueden, desahogan el dolor y, de alguna manera, logran mantenerse en pie. France 24 no se mueve de la puerta de los hospitales ni de otros rincones repletos de afectados desde donde pone el nudo en la garganta al resto del mundo. Nuestra hija acude en Madrid a un estudio de radio, en el que había convocada con demasiada antelación una hora de humor y donde finalmente se corta el ambiente. París, ¡Ay, París! La ciudad en la que uno se queda de piedra al doblar la esquina contemplando este o aquel edificio y a la que hoy no es necesario ir para sentirse impresionado. Duele París, quema la repetición de la jugada y anima que, para defenderse de la agresión, los lugareños abandonen Saint-Denis entonando la Marsellesa pese a permanecer aturdidos quién sabe cuánto. Francia siempre ha sido mucha Francia. Allí murió Goya; allí alcanzó a llegar de mala manera Antonio Machado porque nuestros patriotas han sido tan suyos que los perdedores han tenido que tomar tradicionalmente las de Villadiego. Pese a sentir que no nos miraban bien en ocasiones por ambas riberas del Sena, este asentamiento de la Ilustración es un país de acogida. Cuando por nuestras urbes solo había moros y cristianos, cruzar un semáforo por los Campos Elíseos constituía formar parte de la onu. Y en estos tiempos, sin embargo, la herida está abierta. Mantenerse en las creencias más arraigadas con el demonio haciendo de las suyas en bulevares de diferentes distritos al mismo tiempo no está al alcance de cualquiera. Y de eso bien que saben hacer uso los aprovechados. Los que no van por el camino más corto; los que creen que cimentar los valores asentados en la educación y en la solidaridad son los que nos fortalecen frente a la barbarie tienen ante sí un tocado. Pero el resto de vías son temerarias. Diría que explosivas.

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