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Cada 28 de octubre me acuerdo mucho que fue ese día de 1956 el primero en el que hubo emisiones regulares de televisión en España. Vamos, que es un día de cumpleaños que merecería una celebración. Y no me refiero a las socorridas galas con lentejuelas a la manera de las que todavía durante este año en curso se atrevió a organizar José Luis Moreno para los sábados noche en La 1. No. Me refiero a una mayor atención al medio. A su evolución. Al recuerdo de los profesionales que pasaron por él, pero también a la reflexión sobre su presente y su futuro.

Es evidente que falta programas «metatelevisivos» en la televisión público. De hecho, si no fuese por RTVE responde (11 entregas anuales, el último sábado de cada mes) no habría ni rastro de ellos. Se pueden hacer tantas cosas? Hace unos meses, por ejemplo, vimos un siniestro homenaje a Chicho Ibáñez Serrador en Qué tiempo tan feliz. Y perdón por lo de siniestro. ¿Acaso no merecería una velada acorde a su relevancia en la programación de la televisión pública?

No deja de ser curioso que a los actuales directivos de TVE les haya dado por volcarse con el cine español, comprando el famoso lote de películas para abastecer los «prime time» de casi tres años consecutivos, y sin embargo no exista Historia de nuestra tele, aprovechando los 300.000 documentos audiovisuales digitalizados que actualmente posee TVE. No se trata de crear otro Canal Nostalgia. No es eso. Se trata de repasar los avatares de nuestra televisión con sus protagonistas y con los estudiosos del medio. Ana Diosdado se nos fue, inteligentísima hasta el último día, sin que nadie la invitase a un plató a hablar de sus ficciones. De cómo se atrevió en el primer capítulo de Segunda enseñanza a suicidar a Jorge Sanz en el baño. De tantas cosas. Pasó el 28-O. Pero no se notó.

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