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Ocho intensas semanas

Rajoy disuelve las cámaras y convoca las elecciones del 20 de diciembre al mismo tiempo que en Barcelona se constituye el Parlamento surgido de las elecciones del 27S y elige como presidenta de la cámara a Carme Forcadell, la cara visible del movimiento social que organizó las cinco grandes manifestaciones independentistas de las cinco últimas Diades. Lo que suceda en el hemiciclo catalán en estas ocho semanas escasas se transformará en contenido de campaña electoral, porque las fuerzas soberanistas catalanas no querrán que las urnas de diciembre desmientan los datos de septiembre, y los partidos españoles serán interpelados a pronunciarse constantemente sobre lo que vaya ocurriendo en Cataluña. Ya hace días que se dio el pistoletazo a la carrera por ser el más español entre los españoles y el más unitarista o unionista entre los unitaristas o unionistas. En ese terreno, dudar significa ser atropellado por las seguridades de los demás.

Rajoy disuelve con Podemos para abajo y Ciudadanos para arriba. Podemos desciende respecto de su impulso inicial porque fue el primero en aparecer en las pantallas de gran audiencia con el mensaje de limpieza democrática, expulsión de los corruptos y castigo a las élites extractivas parásitas, «los de arriba». Las encuestas decían que una parte de sus potenciales votantes procedía del PP. Luego pactaron alcaldías con el PSOE al tiempo que las pantallas de gran audiencia se fijaban en Albert Rivera. Los votantes de centro y derecha que quieren pasar la fregona por la política se identificaron con él y abandonaron al amigo español de Tsipras. Una cosa es hacer limpieza y otra hacer la revolución. Lo primero se considera inaplazable, lo segundo da miedo.

El ascenso de Ciudadanos a la par que el descenso de Podemos es algo bueno y malo para Rajoy. Malo porque Ciudadanos le va a robar votos que ni el PSOE ni Podemos le hubieran quitado. Bueno porque Rivera va a recibir antiguos votos socialistas y los va a poner al servicio de una mayoría liberal-conservadora inequívocamente unionista. El sistema electoral español tenderá a premiar a un PP bien implantado en las provincias medianas y pequeñas, lo que le otorgaría una ventaja suficiente en el número de diputados para mandar en los pactos y garantizar un segundo mandato de Rajoy. Pero ese premio se obtiene siendo el más votado. Las urnas decidirán, y como nada está del todo claro, nos esperan ocho semanas intensas.

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