Menos de dos meses quedan para las elecciones generales y ya están saturados los medios de debates y declaraciones de líderes de partidos políticos que tratan de atraer nuestro voto. Parece que la gran mayoría se han empeñado en situarse en el «centro» sociológico (¿de verdad existe?). Eso de la «radicalidad» se ha malentendido de tal forma que se liga a la inestabilidad, a la ingobernabilidad, al caos en lugar de su verdadero significado: ir a la raíz de los asuntos. En consecuencia, nos encontramos con una oferta de propuestas políticas deslavazadas y desilusionantes que, además y como siempre, ignoran a las mujeres y solo se centran en ellos, aunque se haga con una apariencia de generalidad que pretende englobarnos a nosotras.

Y cuando digo ellos, me refiero a los hombres, que siguen protagonizándolo todo. Son ellos quienes deciden qué es lo que debe situarse en el debate político y qué no, qué es lo prioritario y qué lo que ocupa un lugar secundario o residual o, simplemente, no existe. Y ahí, en ese no-lugar es donde estamos nosotras. Presten atención a quiénes predominan mayoritariamente en los debates de política general: ellos. Fíjense de qué hablan: de ellos. Si se refieren al modelo productivo y a la necesidad de estimularlo o de que cambie, al empleo o al paro, lo hacen ignorando la incidencia en el mismo del modelo reproductivo (eso que es vital pero, al parecer, no es importante y que protagonizamos nosotras). Si hablan del Estado del bienestar, de servicios básicos y sociales y de la necesidad de su recuperación lo hacen de tal manera que siguen eludiendo que las mujeres hemos sido y somos quienes suplimos al Estado allá donde éste no llega (porque nunca lo hizo). Dicho de otro modo, en palabras de la constitucionalista Eva Martínez Sampere, las mujeres somos «el estado del bienestar del Estado del Bienestar». Cuando abordan el «desafío independentista» lo centran en una cuestión de organización territorial del poder pero el desafío de la independencia de las mujeres no parecen verlo. Total, unas cuantas asesinadas por la violencia machista (una media de una por semana, siendo benevolente con las macabras cifras anuales porque esta pasada semana han sido tres ¿hola, se han enterado?) no son síntoma de nada relevante, al parecer. Y eso por no referirme a la totalidad de las violencias machistas, que no son sólo los asesinatos. Es que es un cansancio este androcentrismo. Por eso vamos a marchar el 7 de noviembre en Madrid. A ver si de una vez por todas nos ven de verdad y no sólo para fotos que utilizar en campaña electoral. Sean radicales: recuerden que nosotras votamos, pero no para que nos ignoren ni nos releguen a un lugar secundario.